«Tanto la democracia como el capitalismo son sistemas que contienen sus propios valores, lo que significa que uno sólo puede participar en ellos si los acepta. Incluso valores de índole trascendental -sobre la justicia, la felicidad y demás- están dentro de este tipo de sistemas. Los ciudadanos deben entregar sus mentes al sistema, que no es político o económico, sino un sistema de conciencia. La democracia y el capitalismo son sistemas de conciencia. La gente no se percata de ello, pero su mente está determinada por estos sistemas. El totalitarismo tradicional, el del Tercer Reich, el del imperio soviético o el de la China maoísta, se caracterizaba por tomar el control de las personas por la fuerza. La violencia se utiliza para controlar a la gente, y la gente, en última instancia, puede ser disidente en su vida privada, ya que dentro de las cuatro paredes de su casa puede pensar lo que se le dé la gana. En las sociedades teocráticas, el sistema controla las mentes de los ciudadanos, pero lo hace en nombre de unos supuestos valores elevados y trascendentales. Lo extraordinario de la democracia y del capitalismo es que controlan y abastecen la conciencia de sus ciudadanos con valores pragmáticos. Y por eso digo que es un régimen totalitario. Totalitarismo significa el control total de la sociedad. Y a excepción, quizá, de un breve período en la historia del cristianismo, cuando la Iglesia controlaba la mente de la gente, no ha habido un totalitarismo absoluto. Nada comparable con el totalitarismo actual. El totalitarismo de los sistemas democráticos y capitalistas es tan desarrollado que hasta nuestros deseos están determinados por el sistema. Deseamos lo que la sociedad desea que deseemos. La gente normal no es consciente de ello, pero sus líderes deberían serlo, porque se trata de un gigantesco desafío para la filosofía y la religión.» (Philipp Allott)
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