«El libro sigue siendo el artefacto más moderno que se pueda concebir.
El libro va conmigo allí donde voy. El libro no necesita baterías. Puedo mojarlo, lo cual lo arruinará un poco pero no del todo, como ocurriría con un teléfono móvil o con un aparatito de videogames. Puedo golpearlo sin problemas. Puedo doblarlo. Puedo anotar direcciones y teléfonos en sus espacios en blanco. (Alguien dirá: eso también puedo hacerlo en mi teléfono o en mi BlackBerry, donde además ahora recibo peliculitas y pronto veré largometrajes enteros. A lo que respondo: pero nunca encontrarás allí pensamientos, frases o versos que te iluminen la vida, y tampoco podrás subrayarlos, ni anotar tus impresiones en los márgenes, ni guardar recuerdos entre sus hojas.)
El libro no necesita recarga ni se sulfata. No me obliga a pagar onerosas garantías renovables anualmente. No tengo que declararlo en los aeropuertos. No corre riesgo de ser infectado por virus alguno. No pierde información de un día para otro. No necesita back ups ni llega a límite alguno de almacenamiento. Puedo prestarlo sin sufrir por su suerte. Es reciclable, lo cual significa que puede dar vida a otros libros. (Los teléfonos no pueden decir lo mismo.) Algo fundamental: siempre son más baratos que el último grito de la tecnología. Y tienen una ventaja comparativa maravillosa, en este mundo tan muerto de miedo: ¡nadie va a asaltarme para quitarme uno!» (Marcelo Figueras)