Escrito en marzo de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 25
La Humanidad solía producir dos o tres genios por siglo. Ahora nos da media docena por mes. Los periodistas Franz Lidz y Steve Rushin partieron de esa consigna para analizar el tratamiento leve que los medios le dan a la palabra.
La revista Esquire decidió que su número de noviembre iba a estar dedicado a los genios, aquellos hombres y mujeres que «transformaron nuestra civilización», incluyendo al jugador de la NBA Allen Iverson y al brillante Leonardo (no Da Vinci, sino Di Caprio). Hoy, todos y sus perros son genios (literalmente, ya que se ha editado el libro «Caninenstein, despertando el genio en su perro»).
Para Lidz y Rushin esta inflación se ve mejor en el cine de humor. Se tomaron el trabajo de revisar la prensa norteamericana en busca de «comic genius». Así, el «comic genius» Jim Carrey (según Time Magazine) interpreta al «comic genius» Andy Kaufman (según The New Yorker) en «Man on the Moon». El protagonista y escritor de «El director chiflado» el «comic genius» Steve Martin (según The Washington Post) fue poderosamente complementado por el «comic genius» Eddie Murphy (USA Today). El ventrílocuo maligno de «Cradle Will Rock» interpretado por el «comic genius» Bill Murray (según The New York Observer) rivalizaba en los multicines con el científico maligno de «Austin Powers 2» interpretado por el «comic genius» Mike Myers (según el Chicago Sun-Times). Con tanto derroche de excelencia, ¿qué queda para cuando aparezca un verdadero genio?
Alejado de la prensa «mainstream» pocos periodistas calificarían de genio a Tibor Kalman, no por falta de méritos, sino porque nunca oyeron hablar de él. Seguramente las revistas para las que trabajan utilizan como clichés los diseños que impuso a traves de su estudio M&CO. Pero aunque diseñó desde tapas de discos hasta relojes, Tibor Kalman era mas que un diseñador gráfico. Urbanista (rediseñó Times Square), periodista (dirigió «Colors», la mejor revista del mundo), curador (Whitney Museum), pero ante todo un provocador que uso siempre su trabajo para mostrar hechos y cosas que otros no habían visto con tanta profundidad o no habían tomado tan en serio.
Nacido en Budapest en 1949 vivió casi toda su vida en Nueva York, lo que no significa que se haya quedado quieto. «Tan pronto como aprendas, muevete», solía decir y ahí está la explicación de la diversidad en su vida. «Nietzche ha escrito que una persona se mueve de A hacia B porque sabe bien que no quiere estar en A, no necesariamente porque B sea el destino deseado. Una vez que Tibor comienza a sospechar que A es un buen lugar para estar, inmediatamente tiene que irse», contó alguna vez Leonard Riggio, el primer jefe de Kalman.
Como diseñador siempre criticó a sus colegas por el divismo («El diseño grafico es un medio, no un fin. Un lenguaje, no un contenido») y por la falta de compromiso («en el diseño corporativo no hay diferencias entre un contador, un abogado y un diseñador gráfico: todos trabajan para que la corporacion se vea bien»).
En 1990 lo convoca otro provocador, Oliviero Toscani para que transforme en revista los códigos de las campañas de Benetton. Surge «Colors», donde volcaría todos sus saberes durante 13 numeros monográficos en los que cambiaría el modo de hacer periodismo hablando de temas como el sida, la religión, los viajes, el paraíso o la calle.
Humor, estética, información y denuncia son los elementos que predominan en esta revista antropológica de la cultura contemporánea, que mira donde el resto de los medios no quieren o no les interesa mirar. «El principal problema en el mundo es el racismo», declaró en un reportaje, «racismo en el sentido de que cuando mueren 10.000 personas en una inundación en México, la noticia termina en la página 17. Eso es racismo, la falta de respeto, conciencia o interés en el modo en el que viven otras culturas y lo que es importante para ellas».
La revista mantiene su esencia, pero Kalman se alejó del proyecto en el ’95, peleado con Toscani y aquejado por un linfoma que lo tuvo a mal traer hasta su muerte en Puerto Rico el 2 de mayo pasado (N de la R: de 1999).
Sus últimos días trató de pasarlos trabajando en proyectos disfrutables: «trato de aprovechar bien el tiempo. No digiero bien a los tontos, sean empleados o clientes. Los únicos tontos que padezco son mis amigos, y muchos de ellos ni siquiera son tontos, así que estoy bien».
Algunas de sus frases sirven para pintar una personalidad: «Todo es un experimento»; «Las reglas son buenas. Rómpelas»; «Los errores y los malos entendidos son el origen de ideas frescas»; «Estoy interesado en las imperfecciones, en la locura, en la excentricidad, en lo impredecible»; «Si nadie odia algo que haces, tampoco nadie lo amará».
Pero como hace la prensa cuando busca resumir en una sola etiqueta a un grupo de actores que hace reir, para Tibor Kalman las palabras no alcanzan, hay que ver sus trabajos para entenderlo. En este sentido, nadie mejor que el para explicar esa idea: su despedida de la revista Colors no tiene palabras. Lejos de irse en silencio, las 359 imagenes de ese número son el mejor ejemplo de cómo se puede decir sin usar letras. Y de cómo, muchas veces, las palabras no dicen nada.