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Cinco preguntas sobre la «Red de tuiteros K» de Lanata

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Adelanto revista MAD 514 – April 2012

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Adelanto revista MAD 506 – Diciembre 2010
Adelanto revista MAD 507 – Febrero 2011
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Los nuevos ídolos usan corbata

Esta es una vieja tapa de Brando:

Y este es el número de este mes:

Puestos a soñar, ¿quién de los dos les gustaría ser? ¿el canchero con el brazo tatuado andando en un descapotable que «hace todo lo que soñó de chico»? ¿O el nerd con corbata y clips en la cara que, acosado por los juicios, ahora «se pone serio»?

Lo interesante es que, Twitter mediante, las críticas ya no son más mensajes en una botella flotando en el mar. Nicolas Cassese, director de Brando, y Seba Zirpolo, autor de la nota, recogieron el guante y dieron a conocer su mirada sobre el asunto. Este fue el diálogo tuitero:

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Adelanto revista MAD 513 – February 2012

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Adelanto revista MAD 512 – Diciembre 2011

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De cómo el NYT inventó la cobertura de desastres tras el naufragio del Titanic – 233grados.com

NY Times 1912Hace casi un siglo Carr Vattel Van Anda, conocido en la redacción del New York Times como ‘Boss’, cubrió el inesperado naufragio del Titanic. Fue la primera cobertura de un desastre tal como la conocemos ahora.

Roy Peter Clark hace un completo recuento por los cambios que supuso aquel suceso para el periodismo actual.

En un trabajo publicado en Poynter, Clark destaca aquella jornada que transformó la forma de hacer periodismo. Un boletín que informaba de la colisión del Titanic con un iceberg. Nada sería igual.

“Van Anda olió el desastre y preparó a su tropa para la cobertura”, apunta Clark. A diferencia de los directores de otros diarios, el ‘Boss’ se preparó para lo peor. Preparó un completo paquete informativo para la primera edición: Imágenes del barco y su capitán, una lista de personajes famosos a bordo, relatos sobre las últimas colisiones con icebergs.

Meyer Berger describió en el libro ‘La historia del New York Times’ que si bien lo publicado en ese primer día era impresionante para la época, la historia recordará a Van Anda por lo que sucedió después, por ser el padre de “lo último en la cobertura noticiosa de desastres”.

Todos los reporteros disponibles fueron movilizados. Se sabía que el buque Carpathia llegaría al puerto de la ciudad con los supervivientes de la tragedia. Solo cuatro periodistas de cada diario podrían subir a bordo del trasatlántico. Van Anda sabía que solo disponía de tres horas para armar la primera edición del viernes que dedicaría casi en su totalidad al suceso. Necesitaba un plan:

– Alquiló toda una planta en un hotel cercano al puerto.

– Instaló cuatro teléfonos en el hotel que estaban conectados a la redacción del Times.

– Envió a 16 reporteros al puerto, a pesar de tener solo cuatro pases. Los reporteros que no tenían permiso para entrar en el Carpathia trabajaron en el muelle y se acercaron lo más posible a los supervivientes.

– Las piezas principales fueron asignadas a los cuatro reporteros con pases de prensa.

– Todos los periodistas debían regresar rápidamente al hotel para transmitir sus informes vía telefónica. Luego recibirían nuevas asignaciones.

Arthur Greaves, director de la sección de ciudad, asignó distintos trabajos a sus reporteros.

Uno de ellos se encargaría de escribir una historia sobre la llegada del Carpathia, otro haría una pieza sobre los arreglos de la llegada de los supervivientes. Tres reporteros buscarían testimonios de los supervivientes alojados en los hoteles cercanos. Un periodista se encargaría de cubrir la reacción de la multitud agrupada en el puerto y otro de cubrir a la Policía.

El Times también pudo hablar con Harold Bride, uno de los operadores de comunicaciones que trabajó en el rescate del Titanic. El resultado fue una edición histórica. De las 24 páginas del New York Times ese día, 15 fueron dedicadas al Titanic. Desde entonces todo cambió.

 

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Paradoja: leer más noticias no te hace más informado

Como venimos reseñando en este blog, la BBC año tras año difunde una misma noticia como si fuera nueva: la relación que existe entre limpieza dental y prevención de infartos.

Miren el resumen 2008 a 2011. El link en cada año lleva al artículo, vendido cada vez como novedoso.

2008 2009 2010

2011

En el post del último año arriesgué que en este 2012 volveríamos a ver la noticia. Me equivoqué. Miren lo que publicó la BBC hoy:

Que podría ser lo mismo que decir «no hay relación entre la procreación de pingüinos y la escasez de yerba», una no-ticia… si no hubieran existido cuatro notas durante cuatro años seguidos afirmando lo contrario. Lo que nos lleva a la paradoja de que el que leyó las cinco noticias está igual de informado que el que no leyó ninguna. Y el que leyó solo las cuatro primeras es el menos informado de los tres.

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Las 5 Ws del regreso de Lanata

¿Quién?

Cada vez que se hace una encuesta seria sobre quién es el periodista más conocido o creíble en Argentina, invariablemente Jorge Lanata encabeza los listados. Aparte, su figura interesa: cuando le hacen un reportaje, los medios online logran que esas notas figuren entre las más leídas y su regreso a la radio y a la tele, demuestran que también tiene rating.

En medio de la polarización política argentina, que se traslada en el periodismo a la dialéctica periodismo militante-periodismo independiente (en términos acuñados por cada uno de los bandos), Lanata decidió ubicarse en la vereda del periodismo independiente, lo que se traduce en una implacable crítica al kirchnerismo, similar a la que hacía en los ’90 con el menemismo. A diferencia de sus discípulos Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda, que eligen ser menos tajantes. Esta postura le valió el repudio de muchos de sus otrora seguidores, ahora simpatizantes del gobierno o militantes oficialistas.

¿Dónde?

Entre sus declaraciones recurrentes está la que afirma que, pese a que lo echaron y se fue de varios lados, él nunca se va a morir de hambre. Dice «siempre puedo generar un programa en una radio trucha y tener audiencia». Sus últimos años en el cable parece confirmar esta teoría. Entonces, ¿por qué tenía que volver a la tv abierta? y ¿por qué en Canal 13?

Esta es la explicación que le dio a Clarín, parte del grupo que ahora lo contrata:

El otro día, un pibe me dice ‘¿Por qué laburás en el Grupo Clarín? Yo te seguí toda la vida, vos lo criticaste mucho y ahora estás acá’ . Y yo le dije ‘Depende de cómo uno lo vea. Te voy a decir cómo lo veo yo. Competí muchos años con Clarín . Es más, tuve grandes quilombos con Clarín.

No nos vendían papel… Yo critiqué lo de Papel Prensa y lo sigo criticando hoy. Pero en el caso de Papel Prensa es mucho mejor que sea privado a que sea estatal. Porque si el Estado reparte el papel como reparte la publicidad estamos perdidos… Le van a dar 10 páginas a La Nación y 4 mil a Tiempo argentino . Y con respecto al tema del monopolio, no estoy de acuerdo con que existan los monopolios. Ahora vos miralo desde mi lado: me pasé la vida tratando de que la prensa tradicional levantara nuestras notas. Antes tirábamos a la mitad del gabinete de (Carlos) Menem y nadie ponía una puta línea. Ahora yo estornudo y salgo en La Nación y tengo 40 mil clickeos (en Internet) . ¿Quién ganó? No sé, pero, por distintos motivos, en este momento tenemos coincidencia de intereses. Lo que me parece que tenés que preguntar es si hago un programa distinto hoy al que hubiera hecho hace 10 años. Y la respuesta es no.

Yo no lo vivo como que gané, ni como que perdí. Creo que la situación cambió y sé que voy a hacer acá el mismo programa que haría hoy en América. En realidad, mejor, porque tengo más producción. ¿Qué voy a decir? ¿Que no? Ni en pedo. ¿Por qué no voy a querer laburar en el segundo o primer canal del país? Sería un idiota.

Más llamativo es el caso del Grupo Clarín. Mientras dirigía Telefé, Gustavo Yankelevich se quejaba de que los únicos espacios sobre los que no tenía poder eran el noticiero y «Tiempo Nuevo», de Neustadt. Ahora su hijo acaba de deshacerse de CQC, lo único más o menos político que quedaba en la emisora. Distinto es el Canal 13 del Grupo Clarín que siempre derivó a TN sus envíos políticos, primero solo con «A dos voces», con Majul-Bonelli y luego sumando otras propuestas.

Hasta hace poco Lanata era invisible para las propiedades de Clarín. Desde hace unos meses tiene programa propio en tv abierta y radio y hace apariciones estelares en Clarín, TN, Telenoche y hasta Soñando por Bailar.

Por eso, la pregunta no es solo «¿Por qué Jorge Lanata estuvo nueve años sin presencia en la tv abierta?» sino, sobre todo, «¿Por qué Lanata vuelve justo ahora a la tv abierta y de la mano del grupo Clarín?»

¿Por qué?

Lo que ahora aparece como diferencias sutiles o, en términos que usó en otra oportunidad, «estar del lado del más débil» fue, a fines de los ’90, la causa de su salida de Página/12, diario que fundó y que abandonó cuando Clarín lo terminó comprando. Eso no es un rumor o me lo contaron, nos lo dijo él a Jorge Bernárdez y a mí cuando preparábamos su biografía para el libro «La rebeldía pop».

Mientras dirigió Crítica, Lanata siguió denunciando las distintas políticas de Clarín, especialmente en relación con Papel Prensa. ¿Por qué, entonces, el cambio, dejar los canales de Turner y transferir su credibilidad a las propiedades del grupo de medios que criticó toda su vida? ¿Solo por dinero? No cierra.

«En este momento tenemos coincidencia de intereses», dice Lanata en la nota de Clarín, sin que el periodista le repregunte en qué consistirían esas coicidencias. Pero igual, un 1% del sic de Lanata citando antes hubiera sido impensable que apareciera en Clarín hace apenas un par de años. Clarín y sus medios tuvieron que cambiar, a la fuerza de la guerra con el gobierno y, en mucha menor medida, del embate de los medios oficialistas de mayor llegada, como 678.

¿Cuándo?

Es que las verdaderas consecuencias de esta guerra se empezaron a ver recién en el último trimestre de 2011 cuando las acciones del Grupo Clarín SA, de buen rendimiento, se derrumbaron. Las ventas de su buque insignia, el diario, vienen cayendo desde hace seis años. El 13, sin Tinelli, perdió ante Telefé su breve liderazgo. Y Cablevisión, el corazón de su facturación, sigue en batalla judicial. Es decir, peleas con el Gobierno, pueden soportarse, pero no me toquen el bolsillo.

Me queda la sensación de que el Grupo Clarín necesita más de Lanata que Lanata del Grupo Clarín.

¿Qué?

Estos antecedentes no pueden obviarse para un análisis completo de lo que se vio en el primer programa de «Periodismo Para Todos» (PPT). Pero falta un elemento más. ¿Qué es hoy un programa político para la tv abierta? No es un programa como los que se ven en cable seguro, no puede ocuparse solamente de la política, tiene que apelar al impacto y al show a costa de simplificar algunos datos, tiene que tener ritmo, no puede ser solemne o formal, debe ser visual. Pero por sobre todo, debe tener rating y facturación.

¿Cómo?

Cuando analizamos el primer mes de Crítica, partimos de su afiche promocional. Vale la pena recordarlo:

El diario de Lanata se presentaba como la síntesis del resto de los diarios. Tal vez abrumado por la responsabilidad y con poca confianza en el género de periodismo político en tv abierta que lo hizo famoso, decidió que su programa sea la síntesis de todos sus programas previos. Y, de paso, sumó algunos más.

PPT (una sigla ya de por sí reciclada) es un collage de: Dia D, La Luna, sus monólogos del Maipo, sus documentales, CQC, La Cornisa, 678, Tato Bores, Michael Moore y, con el estúpido sketch con el imitador de Boudou, del viejo Showmatch.

En una nota algo envidiosa, ya Majul se ve venir esta falta de confianza y detecta elementos de su factoría, como las entrevistas a estrellas del espectáculo o los temas sociales.

Lanata parece decir: «sé que la política es aburrida y difícil de entender, yo se las voy a simplificar los máximo posible, por favor, no me cambien de canal que yo les hago el zapping acá adentro, les doy todos los programas en uno para que pasen una amena noche de domingo».

Si no es por esta falta de confianza en el género, no se entiende cómo es posible que esperara media hora para una introducción al Boudugate (introducción más radiofónica que televisiva, un pecado impensable en Lanata) y ¡42 minutos! tardó antes de dar a conocer la interesante nota con Piluso Schneider, el supuesto titular de The Old Fund.

Es lícito el planteo de «voy a ser Tato Bores, pero con información». Página/12 era información con titulares divertidos. En PPT la información fue por un lado y el humor por el otro. Y si algo siempre supo Tato Bores es saber que los guionistas son fundamentales para hacer humor político. Acá el humor fue entre fallido y patético.

Tampoco fue feliz la entrevista con Pergolini, que buscó condensar a la fuerza en pocos minutos un clima que Lanata lograba generar en una hora de charla, tanto en La Luna como en La Hora 25.

¿Y que decir del espacio de archivo, donde se mostró a un Víctor Hugo crítico del gobierno? ¿Que Lanata se la pasó criticando a 678 para terminar haciendo lo mismo y peor? ¿O que también se lo puede mostrar a Lanata en segmentos de archivo criticando al grupo Clarín?

No. Aunque busque rodearse de recetas exitosas, el éxito de Lanata está en su propuesta de siempre, el periodismo político de show: las denuncias de corrupción. Es lo que sus seguidores esperan de él. Y el Boudugate le cae como anillo al dedo. Muchos dicen que «el denuncismo» está pasado de moda. El rating que tuvo Lanata en su primer programa lo desmiente. Pero encontrar un Watergate por semana tiene dos riesgos:

1) hay que encontrarlo y
2) que la gente se termine aburriendo y haga zapping con Francella que, al menos por ahora, sigue siendo más gracioso que Lanata.

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Simulacros – Futuro

Pablo Capanna

En 1989, cuando caía el Muro de Berlín y la URSS comenzaba a sentir los temblores de la cercana implosión, fue derrocado Ceaucescu. El líder rumano, hasta poco tiempo antes, había sido bien visto por las potencias occidentales y hasta ostentaba una condecoración argentina, otorgada por Perón.

Una sublevación popular en la ciudad de Timisoara fue duramente reprimida por el gobierno, y la indignación que provocaron las imágenes de la televisión aceleró la caída del régimen. Ceaucescu huyó, pero fue capturado y ejecutado, después de un juicio sumarísimo.

La masacre de Timisoara había volcado a la opinión pública a favor de la insurrección, especialmente cuando los rebeldes mostraron las fotos de una fosa común con más de treinta víctimas de la represión.

Con el tiempo se pudo comprobar que la historia de la fosa común había sido fraguada, usando cadáveres que procedían de la morgue forense. Nunca se supo quién había armado la sesión fotográfica, pero cabe sospechar que sería alguien con experiencia en los servicios de desinformación que acababa de pasarse de bando.

Fueron los soviéticos quienes inventaron el término dezinformatsia para endilgárselo a la prensa europea, aunque ellos fueron maestros a la hora de reescribir las noticias y “corregir” la historia reciente. Orwell se inspiró en sus prácticas a la hora de escribir 1984, cuando empleó a Weston en las tareas del revisionismo histórico permanente.

Lavrenti Beria, que bajo Stalin había gozado del mayor poder al frente de la policía secreta, fue sometido a juicio y condenado en 1953. Cuando esto se dio a conocer, el público ignoraba que ya hacía seis meses que Beria había sido ejecutado en secreto.

Beria había sucedido a Yezhov, quien estuvo al frente de la NKVD hasta 1938. Cuando Yezhov cayó en desgracia y fue ejecutado, se procedió a borrarlo de las fotos anteriores, en las cuales solía aparecer junto a Stalin.

Del mismo modo, cuando León Trotsky abandonó la URSS, su nombre desapareció de la historia oficial y su imagen fue eliminada de todas las fotos oficiales que registraban su presencia. Esta práctica también se dio en China cuando murió Mao Zedong, en 1976. Los miembros de la “banda de los cuatro”, que aún podían ser vistos en las fotos del funeral, unos días más tarde ya habían sido borrados, cuando aparecieron las revistas que daban la versión oficial de los hechos.

LA IMAGEN NO MIENTE

Se diría que el fraude fotográfico es tan antiguo como la fotografía. Durante la guerra de Crimea, un cronista añadió balas de cañón a una imagen del valle donde había sido diezmada la Brigada Ligera, para darle más dramatismo. En la misma época, un impostor le vendió a Conan Doyle fotos trucadas de dos niñas que compartían un picnic con hadas y gnomos.

Las dos fotos más famosas de la Segunda Guerra Mundial fueron posadas y retocadas. Aquella que muestra a unos soldados yanquis izando la bandera en Iwo Jima reemplazó a la original porque a alguien se le ocurrió que la bandera de verdad era demasiado chica. La foto rusa de la bandera roja ondeando en Berlín también fue corregida cuando los censores se dieron cuenta de que uno de los soldados tenía dos relojes pulsera, lo cual lo hacía sospechoso de haber estado saqueando.

La foto más famosa de todas, la que le sacó Robert Capa al miliciano de la Guerra Civil Española que cae bajo las balas franquistas, fue una de las más cuestionadas, pero acabó resistiendo a todas las sospechas y hoy es considerada auténtica.

Como tantas otras cosas, se les atribuye a los chinos la fórmula “la imagen no miente”. Aunque esto ni siquiera era válido para la pintura, que como cualquier forma de arte no deja de “mentir”. Pero fue la fotografía la que acabó con ese principio, aunque en realidad no es la cámara la que miente sino el fotógrafo o, mejor aún, el editor. A esta altura de las cosas no sólo cuenta con los recursos artesanales del falsario sino con el software de edición. No sólo se editan las imágenes sino también las palabras, que es posible volver a barajar para sacarlas de contexto y hacerles decir lo que el desinformador desea.

Mientras el truco fotográfico sea evidente y se lo use con fines humorísticos, es un recurso legítimo. Pero cuando se especula con el descuido del lector, que al hojear el diario no se detiene siquiera a analizar las noticias, y menos aún las imágenes, ya existe la intención de engañar.

Cualquiera se habrá cruzado con algunas fotos evidentemente trucadas que, sin embargo, no suelen provocar la reacción de los lectores, quizá resignados. A menudo, mediante recursos de edición digital, se multiplican dos o tres personas hasta hacer una multitud, como si fuera la película Gladiador, o se desdobla una imagen hasta hacerla simétrica, quizá por mero capricho estético.

Brian Springer, un aficionado norteamericano, produjo un curioso documental con motivo de la campaña electoral que enfrentó a Clinton con George Bush. Springer se pasó un año grabando las señales sin editar que subían de los estudios al satélite, que luego salían al aire una vez expurgadas y embellecidas, tal como aparecen en los noticieros.

El resultado fue la película Spin (1995), donde puede verse una colección de bloopers: maquillaje, comentarios cínicos fuera de cámara, la presencia de los asesores que enseñan cómo eludir las preguntas del público. Aparecen un par de desmayos presidenciales que fueron censurados, y se ve a Larry King recomendando medicamentos a los candidatos y a Barbara Bush actuando la misma escena para varios canales.

Lo más curioso es la desaparición, casi al estilo soviético, de Larry Agran, uno de los cuatro candidatos demócratas que perdió la interna con Clinton y abandonó la carrera presidencial. Entre otras audacias, prometía reducir el presupuesto militar, lo cual hizo que lo borraran de algunas fotos y lo silenciaran en los programas de TV. En la grabación de uno de ellos se lo oye protestar a los gritos mientras habla uno de sus rivales, poco antes de ser echado por la seguridad.

MAQUILLANDO LA NOTICIA

Es casi superfluo recordar la importancia del énfasis que se pone en las “buenas” y “malas” noticias, según se trate de distraer o de enardecer a la audiencia. Junto a los noticieros que destilan sangre, están aquellos que derraman ternura, esos que omiten ciertas noticias y aquellos que las inflan. No es raro que una catástrofe, debidamente explotada, sirva para relegar noticias indeseables a las últimas páginas, neutralizando su impacto. El 11 de septiembre de 2001, el jefe de prensa del gobierno británico escribió, en un e-mail privado: “Hoy es un gran día para enterrar cualquier mala noticia que tengamos para dar”. Tuvo que salir a pedir disculpas, pero no había hecho otra cosa que sincerar una práctica habitual.

El recurso más fácil para darle color a la noticia es el lenguaje. No es lo mismo decir que “estalló una revolución” o que “hubo un golpe”, hablar de “gobierno de salvación nacional” o “dictadura”, de “militantes” o “subversivos”.

La imagen que tenemos de la realidad es el producto de un consenso social. En una sociedad con distintos canales de información hay fuentes dominantes, pero pueden ser cotejadas con otras y con la experiencia personal. Pero, aun cuando exista un monopolio mediático, la información y el disenso circulan por otros canales, como muestra la reciente experiencia de Egipto, Libia o Siria.

La paradoja está en que, si bien nunca fue tan fácil el acceso a la información (por lo menos la de interés académico), los disparates que se dicen y escriben son tantos que constituyen un nuevo género. ¿Por qué razón, cuando basta un clic para corroborar una fecha o un nombre (para escribir este artículo debo haberlo hecho unas quince veces), más de uno se escuda en el escepticismo para justificar la pereza?

Hoy, cuando los que leen el diario ya son tildados de “intelectuales”, todos se sienten “conectados”, lo cual no significa “informados”. En los mensajes que circulan por las redes sociales abunda la opinión o el mero discurso ceremonial: “Llamaba para decirte que te dejé un mensaje para que me llamaras. Por cualquier cosa, llamame”. Opiniones tan fundadas como “me gustó” o “no lo soporto” parecen revivir aquellas categorías con que ironizaba Sabato hace ya varias generaciones: todo lo que no es “un opio” es “una monada”.

La navegación por la red de redes es casi tan azarosa como la de los mares, aunque no lo parezca. Si las viejas enciclopedias daban como garantía la autoridad de los profesores que las habían redactado, en la red se suelen encontrar múltiples versiones de lo mismo, copiadas, recortadas y pegadas como un palimpsesto. Nadie se hace responsable, como por lo menos lo hacía el editor en las viejas enciclopedias.

La lógica del hipertexto hace que un rumor que circula por alguna red parezca más válido cuanto más se repite, y hasta puede ocurrir que vuelva a su origen. La repetición reemplaza a la evidencia, que siempre es difícil de obtener, de modo que la saturación de fuentes provoca la misma pasividad que la fuente única de antaño.

SIMULANDO

Los teóricos posmodernistas franceses han insistido mucho en el tema de los simulacros, que ya habían explorado escritores como Philip K. Dick y J.G. Ballard.

Deleuze y Baudrillard, tras las huellas de Walter Benjamin, trazaron una suerte de historia del simulacro. Antes de que apareciera la fotografía, el arte imitaba a la naturaleza; se decía que Giotto había pintado una manzana tan realista que su maestro Cimabue había querido comérsela. Luego vino la era industrial y las técnicas de reproducción de la imagen, que comenzaron a borrar las fronteras entre el original y la copia. Hoy, en un mundo donde hay copias de todo, desde los falsos remedios hasta los políticos truchos, cuesta distinguir entre el Rolex verdadero o el de La Salada, entre el software legal y el pirateado.

La conclusión a que llegaban los teóricos franceses no era mucho más profunda que la que solía sacar Minguito, cuando remataba una frase con el famoso “se’ gual”. Hoy da lo mismo Don Bosco o la Mignon, Carnera o San Martín, la sinceridad o la hipocresía, la imagen y la personalidad, porque cuesta cada vez más reconocer a los simuladores. Claro que llevando el escepticismo al extremo se concluye que todos están autorizados a mentir y que no se le puede creer a nadie, lo cual haría decididamente imposible la vida en sociedad.

Una muestra la da el mismísimo Baudrillard, que como sus congéneres solía usar los conceptos científicos de manera sumamente poética. Es muy difícil saber a qué se refería cuando hablaba de cosas como la curvatura del espacio o el comportamiento cuántico. Una verdadera perla podemos encontrarla precisamente en su ensayo sobre los simulacros, que es de lectura obligatoria en casi todas partes. Baudrillard asegura que “de la división de una banda de Moebius resulta una espiral suplementaria en la que no queda resuelta la reversibilidad de las caras”.

Lo cierto es que le faltó aclarar que se trata de cortar la cinta a lo largo, porque si la cortamos por el ancho pierde sus propiedades. Pero si la cortamos a lo largo, obtendremos una sola cinta con dos vueltas o dos cintas diferentes enlazadas entre sí, según sean del mismo o distinto ancho, pero nunca “una espiral suplementaria”. Munido de plasticola y tijeras, usted mismo puede hacerlo. Si aún sigue dudando, no vacile en consultar a su topólogo de confianza.

Parecería que, en un mundo de simulacros, también abundan los sabios simulados, que simulan el saber aprovechándose de la desinformación de sus lectores.

 

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Matt Groening Reveals the Location of the Real Springfield – Smithsonian Magazine

UPDATE: According to Entertainment Weekly, «The Simpsons» will make a reference to Springfield’s origins in the opening credits of this Sunday’s episode. Stay tuned.

Claudia De La Roca: So take us back to the Simpsons’ foundational moment. In 1987 you were waiting for a meeting with James Brooks and you started sketching. What were you thinking?

Matt Groening: I had been drawing my weekly comic strip, “Life in Hell,” for about five years when I got a call from Jim Brooks, who was developing “The Tracey Ullman Show” for the brand-new Fox network. He wanted me to come in and pitch an idea for doing little cartoons on that show. I soon realized that whatever I pitched would not be owned by me, but would be owned by Fox, so I decided to keep my rabbits in “Life in Hell” and come up with something new.

While I was waiting—I believe they kept me waiting for over an hour—I very quickly drew the Simpsons family. I basically drew my own family. My father’s name is Homer. My mother’s name is Margaret. I have a sister Lisa and another sister Maggie, so I drew all of them. I was going to name the main character Matt, but I didn’t think it would go over well in a pitch meeting, so I changed the name to Bart.

Bart. Why?
Back in high school I wrote a novel about a character named Bart Simpson. I thought it was a very unusual name for a kid at the time. I had this idea of an angry father yelling “Bart,” and Bart sounds kind of like bark—like a barking dog. I thought it would sound funny. In my novel, Bart was the son of Homer Simpson. I took that name from a minor character in the novel The Day of the Locust, by Nathanael West. Since Homer was my father’s name, and I thought Simpson was a funny name in that it had the word “simp” in it, which is short for “simpleton”—I just went with it.

Did your father contribute anything besides his first name?
My father was a really sharp cartoonist and filmmaker. He used to tape-record the family surreptitiously, either while we were driving around or at dinner, and in 1963 he and I made up a story about a brother and a sister, Lisa and Matt, having an adventure out in the woods with animals. I told it to my sister Lisa, and she in turn told it to my sister Maggie. My father recorded the telling of the story by Lisa to Maggie, and then he used it as the soundtrack to a movie. So the idea of dramatizing the family—Lisa, Maggie, Matt—I think was the inspiration for doing something kind of autobiographical with “The Simpsons.” There is an aspect of the psychodynamics of my family in which it makes sense that one of us grew up and made a cartoon out of the family and had it shown all over the world.

Any other commonalities between your father and Homer Simpson?
Only the love of ice cream. My dad didn’t even like doughnuts that much.

The name Homer has been wall-to-wall around you—your father, your son, Homer Simpson. What does the name mean to you?
My father was named after the poet Homer. My grandmother, his mother, was a voracious reader. She named one son Homer and another son Victor Hugo. It is this basic name, but I can’t separate the name Homer from The Iliad and The Odyssey and from Odysseus, even though Homer is the teller of the tale. I think of it as a very heroic name in that Homer, even though he is getting kicked in the butt by life, he is his own small hero.

OK, why do the Simpsons live in a town called Springfield? Isn’t that a little generic?
Springfield was named after Springfield, Oregon. The only reason is that when I was a kid, the TV show “Father Knows Best” took place in the town of Springfield, and I was thrilled because I imagined that it was the town next to Portland, my hometown. When I grew up, I realized it was just a fictitious name. I also figured out that Springfield was one of the most common names for a city in the U.S. In anticipation of the success of the show, I thought, “This will be cool; everyone will think it’s their Springfield.” And they do.

You’ve never said it was named after Springfield, Oregon, before, have you?
I don’t want to ruin it for people, you know? Whenever people say it’s Springfield, Ohio, or Springfield, Massachusetts, or Springfield, wherever, I always go, “Yup, that’s right.”

You’re on record as loving your hometown. Is it all love or is there a little love-hate?
I loved growing up in Portland, but I also took it for granted. Now, I look back and realize how idyllic a place it was. My family lived on a long, windy road on a little dead-end street called Evergreen Terrace—also the name of the street the Simpsons live on—and in order to visit any friends I had to walk at least a mile through the woods to get to their house.

But when I say idyllic, I mean the external circumstances of my childhood were pretty pleasant. That does not take into account that I was bored out of mind from the first day of first grade. Also, I was bullied. If you use certain words that can only be gotten by reading a book or two, that somehow enrages a certain kind of lug. When I was in fourth grade, these older kids surrounded me one day, and they told me they were going to beat me up after school. Knowing I was going to get beat up, I smashed one kid in the face as hard as I could, and then I got beaten up. The next day, all the kids were brought in to the school office, and they all had to apologize to me, and I just hated their guts.

Would you like to call them out by name now?
No. But maybe they are characters named after themselves on “The Simpsons.”

What did “home” mean to you growing up?
Home growing up meant certain rituals that seem to be lost these days, which is about a family being in the same place at the same time. At dinner we all sat down for dinner together. Unless I committed some type of infraction, and then I had to eat at the top of the basement stairs.

What do you think of Portland then and Portland now?
One thing that hasn’t changed is that people in Portland are in complete denial about how much it rains there.

Do you plan on moving back someday?
Yes. The only reason to live in Los Angeles, where I’ve been since the late ’70s, is if you have something to do with the entertainment industry. Everything you can experience in Los Angeles, you can have a much better version of in Portland—including, very basically, the air you breathe.

Does your mom still live in your childhood home? If not, when was the last time you visited it?
I visited my childhood home about two years ago. I was snapping a picture of it, and the owner came out and invited me in. It was pretty much as I remember it, except what was incredibly spacious to a little toddler now seemed so much smaller. The guy let me go down to my favorite place of terror, which was the basement. My father had a place where he developed film called “the dark room,” but to me that was all it was—the dark room. It was the scariest place in the house, and it gave me a lot of nightmares. I had to go back down and look at the dark room, and I realized that it was just a dusty—dark—cobwebbed little room in the corner of the basement.

What did your father do before he became a filmmaker?
He grew up on a Mennonite farm in Kansas, speaking only German until he went to school. My father then ended up as a bomber pilot flying a B-17 during World War II. After the war, he was a surfer, filmmaker and ardent amateur basketball player. He perfected a basketball shot that he could shoot—without looking—over his head and consistently make from the top of the key. He made that shot for 30 years.

What did he think of “The Simpsons”?
My father was very worried that I was going to starve in Hollywood. He didn’t like Hollywood and thought nothing good came out of a committee. He loved the show. He was really pleased with it. The only thing he said was that Homer could never, ever be mean to Marge. He said that was a rule, which corresponds with the way he treated my mother. He was very nice to her. I thought that was a good note. I don’t know if that is a rule that has ever been articulated to people who work on the show, but everyone just gets it.

Early on your focus shifted from Bart to Homer. When and why? Did it have anything to do with your own aging?
When the first 50 short cartoons were on “The Tracey Ullman Show,” the focus was on the relationship between Bart and Homer. The way I wrote them were Homer being angry and Bart being clueless little jerk, just driven in some weird way to cause trouble. I knew from the moment we decided to turn the shorts into a TV show that Homer was going to be the star. There are more consequences to him being an idiot.

Was anything affected by the writers’ aging?
The writers on the show have been there for years. It’s an addictive place to work, because if you’re interested in writing comedy, writing for “The Simpsons,” which has no notes from the network, and doesn’t have the constraints of a live action show—it’s just a great playground for comedy writers. Whatever they want to write about, the animators can draw it.

Has your son Homer ever created something with you as a character?
Will—he’s Homer only in legal documents—and his brother, Abe, have not done anything to me yet. That’s a ticking time bomb.

Would you be open to that?
Of course, turnabout is fair play. That would be great.

It has been famously said that you can’t go home again, but is “The Simpsons” a way for you to go home again, over and over?
I very early on named a lot of characters after streets in Portland. I thought it would be amusing for people in Portland to be driving past the alphabetically laid-out streets. There’s Flanders, Kearney, Lovejoy, mostly in Northwest Portland. My goal was to name every character after streets in Portland, but we were in a hurry so I dropped that idea.

In another way, is the show a way for you to never leave home?
There is that element for me, that means nothing to anyone else, but the fact that the characters are named after my own family, and Evergreen Terrace, and things like that—that’s just a treat for my family and me.

What kind of home have you created on “The Simpsons”?
As a cartoonist I feel like I’m the jester working with a lot of really smart writers and really talented animators. I think I make it safe for everyone else to be goofy because I’m willing to pitch the dumbest ideas.

So you make everyone else feel comfortable?
I think I make people feel comfortable because I’m willing to be a fool.

So does that make you the number-one fool?
(Laughs) No, I wouldn’t say that. There are plenty of fools. I just admit it.

How typical is the Simpsons’ home of an American home? How has it changed?
I think what’s different is that Marge doesn’t work. She’s a stay-at-home mother and housewife, and for the most parts these days both parents work. So I think that’s a little bit of a throwback. Very early on we had the Simpsons always struggling for money, and as the show has gone on over the years we’ve tried to come up with more surprising and inventive plots. We’ve pretty much lost that struggling for money that we started with just in order to do whatever crazy high jinks we could think of. I kind of miss that.

You’ve spoken of the “the contradictions not acknowledged” in the sitcoms you watched as a kid. What were those contradictions between TV life and life under your roof?
In TV in the ’50s and ’60s everyone seemed very repressed. Children were unnaturally polite. My favorite character was Eddie Haskell in “Leave It to Beaver. He was so polite but blatantly false in his pretending to be nice to adults—that appealed to me. In the ’70s, and from then on, sitcom banter got so mean and sour that I was baffled. I always thought that half the time someone would say something in a sitcom, and it seemed like the spouse’s response should be, “I want a divorce.” That was the logical reply.

But no one got a divorce back then.
I’m just saying I didn’t like the bland dialogue of most of the ’50s and ’60s, and I also didn’t like the sour arguing that passed for comedy in the ’70s and ’80s. So “The Simpsons” is sort of somewhere in between.

Beyond the topography of Portland and the names of your family members, did you borrow the sensibility of your hometown or your coming-of-age years for The Simpsons?
People in Portland, and generally in the Northwest, think of themselves as independent. Oregon has no sales tax, no major military installations. Portland has turned into an incredibly friendly community with great food, great architecture, great city planning and a lot of beauty. The biggest park in the United States within the city limits is in Portland.

Have you seen “Portlandia”? What do you think of it?
If you would have told me back when I was growing up that there would be a hip comedy show based on hipster life in Portland Oregon, I wouldn’t have believed it. I think it’s a very funny show. It’s very sweet.

How often do you go back to Portland?
I go back to Portland a few times a year. My first stop is always Powell’s Books. It’s the biggest bookstore that I know of. And then I visit my family.