Entrevista al fundador y director de la revista «Ajoblanco» (España) realizada para el Boletín de Periodismo.com Nº 53, de julio de 2002
La revista «Ajoblanco» nace en 1974, en una España sin libertad. Los primeros números fueron manifiestos. Buscábamos la participación activa del lector. Éramos contrarios a los manejos de los comunistas que trataban de manipular la creatividad cultural emergente y luchábamos contra la censura franquista. La respuesta fue sorprendente desde el primer momento. Jóvenes de toda España querían ser poetas, hacer cine, ir a conciertos de rock, montar comunas, vomitar el autoritarismo, conectarse entre ellos y construir una utópica acracia. Aprendí a trabajar en equipo con jóvenes llegados de todas partes y de distintas clases sociales.
La revista, con interrupciones, siguió saliendo hasta diciembre de 1999. En esta última etapa lo leía gente inquieta socialmente que quería saber más, que quería estar informada, que no se contentaba con lo que les daban los demás. «Ajoblanco» siempre fue libre e independiente. Nunca fue un soporte publicitario para vender productos de la industria de ocio cultural. Siempre mantuvo un criterio y una ética. Ocurre que la gente lo leía en bares y lugares públicos y lo compraba menos que antes. Con menos lectores y publicidad escasa, preferimos tomarnos un respiro. Estos últimos lectores me mostraron un mundo más complejo, más cruel y más injusto que cuando empezamos a editar la revista.
El periodista que cuenta lo que ve, que lo argumenta con todo el bagaje cultural que lleva y que consigue publicarlo sin que le roben una línea o le secuestren un párrafo aunque sea con la excusa de falta de espacio, es un profesional como la copa de un pino. El periodista deja de existir cuando se convierte en secretaria de un gabinete de comunicación, cuando escribe lo que le dicen los políticos, los publicistas o los poderosos sin cuestionar nada.
Los diarios han dejado de ser independientes desde que no viven de sus lectores. Hoy viven de la publicidad y de lo que les sueltan las Instituciones.
De volver a dirigir una revista como «Ajoblanco» mantendría más los equipos humanos y me preocuparía menos de estar siempre al loro. O sea, conservaría más los logros y sería menos experimental. La sed de experimentación constante (cambio de formato, diseños, fórmulas, secciones) se cargó a alguna gente que ojalá hubiera estado cuando tuve que tomar la decisión de suspender la publicación de la revista.
Cualquier libro bien escrito y bueno me ha servido. «A sangre fría», de Capote, y el nuevo periodismo norteamericano me enseñaron a mezclar géneros; los escritores latinoamericanos enriquecieron mi léxico y estilo; los ingleses me enriquecieron el punto de vista. Kapuscinski y Chatwin me parecen ejemplos soberbios de lo que sí se puede hacer hoy.
Busco el contacto directo con quien es noticia o con la realidad que se describe. Cada vez me interesa menos la intermediación del periodista. El tiempo, los espacios y las agencias se están cargando la labor periodística.
Internet es un medio muy estimulante si se sabe usar. Rompe rutinas y te pone en contacto directo con los protagonistas. Es un medio muy plural. Por internet seguí la guerra de los Balcanes y me enteré de cosas que jamás salieron en la prensa escrita. Cosas que fueron determinantes para formarme mi propio punto de vista. «Ajoblanco» no encontró su lugar en la Red porque no era el momento, aún. Cuando salga el tercer «Ajoblanco» en papel, dentro de un año y medio y en Madrid, meteremos un histórico de «Ajoblanco» en la red y crearemos un foro de debates permanente en español.
Cuando es honesto, creíble y estimulante el periodismo puede ayudar a cambiar una sociedad. La mentalidad española cambió muy rápidamente en los setenta gracias a ciertas publicaciones. Estoy orgulloso de cuánto aportó «Ajoblanco» en aquellos momentos, y luego, cuando potenció las primeras ONG a finales de los ochenta o cuando presentó la realidad de las ciudades de América latina con una visión moderna y trasmitiendo la mucha variedad cultural y social que hay en ellas.
El verdadero periodismo se aprende en la calle, observando, comprendiendo mundos ajenos, contrastando realidades, tomando notas, memorizando sensaciones, poniéndote en las agallas de otros, simulando.
Estoy seguro de que siempre escribiré lo que piense aunque no encuentre espacios que me quieran publicar por decir cosas que no convienen a los poderes instituidos. Siempre seré crítico frente a cualquier poder. Para que no se duerma en los laureles del éxito, si lo hace bien. O porque lo hace pésimo y hay que ir a por él.
Cuando tienes miedo o demasiados amigos a quienes no quieres criticar ha llegado el momento de retirarse del periodismo.