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Llega la autoayuda políticamente incorrecta

Escrito en febrero de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 36

«Paradójicamente, la autoayuda no es algo que se pueda aprender solo. Hay libros, por ahí, que dicen lo que hacer. Pero no les hagais caso, porque son libros de autoayuda, pero de autoayuda sólo para el autor. Las técnicas de autoayuda que proponen esos libros son falsas, son para que el lector se perjudique y es lógico, porque uno cuando jode a los demás siempre mejora un poquito; aunque sea por la posicion relativa en que queda con respecto a ellos.»
Leo Masliah

La autoayuda tradicional no es para todos. Louise Hay puede ser un best seller, pero siempre habrá un sector que se mofará de sus enseñanzas. 23 millones de personas leyeron los libros de Paulo Coelho, pero tal vez tenga un número igual de detractores.

Los emprendedores más perspicaces notaron este nicho y lentamente crearon un mercado para los escépticos, que no es que no tengan preguntas, sino que no les interesan las respuestas de los popes del «sentirse bien con uno mismo».

Ahora los intelectuales pueden comprar libros, señaladores y calendarios. Los empleados del sector tecnológico también tienen un merchandising y un gurú. Los estudiantes rebeldes ya saben adónde acudir en busca de respuestas. Las lectoras que no se identificaban con «Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus», se permiten devorar las historietas de Maitena o mirar «Sex and the City». Llegó la autoayuda políticamente incorrecta.

Scott Adams fue un pionero en la materia. En su historieta Dilbert muestra a jefes incompetentes y a ingenieros talentosos pero incomprendidos. El personaje se convierte así en el abanderado de los oficinistas del mundo. Primero dibujó una tira cómica que llega a 60 millones de lectores y luego amplió sus conceptos en varios libros. No aconseja, muestra. No critica, se burla. «El truco es que los jefes creen que me río de otros», dice Scott Adams, que de humorista se convirtió en un gurú que da charlas a empresarios de todo el planeta.

Norman Solomon escribió «The Trouble With Dilbert», un libro donde cuestiona ideológicamente al personaje, ya que siempre parodia al jefe inmediato e ignora a los verdaderos mentores de la política corporativa. «Dilbert se ha convertido en un personaje esquizoide», dice, «la querida mascota de los trabajadores oprimidos, a la vez que una herramienta de márketing utilizada por las empresas que los oprimen».

En Internet hay muchos sitios de terapia grupal para los autoayudados políticamente incorrectos. El desaparecido «Disgruntled», o los más recientes «My boss sucks» o «Job Hater» alientan la catarsis, pero reemplazan el tono monocorde de las consignas new age por las anécdotas divertidas y la parodia ácida, más digestiva para el profesional racional.

Aunque sea uno de los líderes de este nuevo movimiento, su nombre es poco conocido. Se trata del Dr. E.L. Kersten. Hace unos años, Kersten y sus compañeros de trabajo en una empresa de acceso a Internet en Dallas, vivían sometidos a las típicas presiones de las compañías de la nueva economía, dudando si conservarían su puesto y estresados por no poder cumplir con las metas asignadas. Un dia recibieron un poster motivacional, con la frase «El éxito es un viaje, no un destino». El texto, lejos de ayudarlos, les sonó a una burla terriblemente inoportuna y pergeñaron posters con situaciones inversas, que llamaron «demotivators» (desmotivadores). Con la ayuda de una impresora láser y fotos de un banco de imágenes armaron rudimentarios posters como uno, en el que se ve a un atleta agarrándose de la cabeza. El titulo es «Fracaso: cuando lo mejor que usted puede hacer no alcanza». O aquel en el que, bajo una foto de la Torre de Pisa, el epígrafe reza «Mediocridad: toma mucho menos tiempo y la mayoría de la gente no notará la diferencia hasta que sea demasiado tarde».

El boca a boca comenzó cuando otros empleados vieron los posters que Kersten y sus amigos habían colgado en sus cubículos y les encargaron copias para ellos. Y cuando los demotivators comenzaron a circular por correo electrónico, el marketing viral hizo lo suyo y la difusión fue feroz. Así nació Despair, Inc., la empresa de Kersten, cuyo logotipo es el simbolo «:-(«, que registró como marca en la Oficina de Patentes norteamericana.

Kersten vende su «autoayuda cínica» en forma de posters, calendarios o postales. En lugar de entronar al Éxito, la Excelencia o la Determinación, los productos de Despair, consagran la Adversidad, la Incompetencia o la Pereza. Su público está formado por estudiantes adolescentes y jovenes, docentes, oficinistas y la nueva camada de pesimistas, los empleados de las puntocoms, lo que le viene maravillosamente, ya que Despair, Inc. basa sus operaciones casi exclusivamente en las ventas que hace a través de la web.

Próximamente veremos surgir más emprendimientos para los escépticos necesitados de identificación, por lo que la competencia con los autoayudadores historicos será fuerte.

Mientras tanto, para los que todavía no decidieron en que bando encolumnarse, Leo Masliah, el gurú oriental, les da la fórmula para tener éxito en la vida:

«Para tener realmente éxito en la vida, hay que seguir tres reglas (o cuatro, ya que ésta también lo es):

a) no regirse por más de dos reglas.

b) no obedecer otra regla que ésta.

c) atenerse a esta tercera regla sólo en los casos en que uno haya metido demasiado la pata en la aplicación de las otras».