«Yo no soy un gran contador de chistes, pero aprendí oyendo, por ejemplo a Landriscina, esto de no jugarse al remate final de Inodoro; mucho antes de terminar ya va agregando pequeñas cosas graciosas… Pero no hay esquemas infalibles. Ahora, esto de la construcción de las palabras, yo a veces tengo la impresión de que entré torcido en un frase. Entré incomodo y tengo que esperar y repetírmela. Es como dicen, que los melones se van acomodando en el carro solos. Tengo un cuento en el que dice ‘el pelotudo de Góngora’. Yo jamás lo leí al pobre Góngora. Me acordaba de él, y necesitaba un nombre esdrújulo. Es caprichoso qué efecto va a tener el humor; laburando para Les Luthiers nos decimos muchas veces: ‘este chiste va a reventar el teatro’ y no pasa nada. Lo cambiamos de lugar, y por ahí anda, o a los dos meses lo sacaron, porque no hay caso. El teatro mismo es un misterio; los críticos hablan del público de cada función como si fuera una sola persona; que éste funciono y aquel otro no.» (Roberto Fontanarrosa)
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