Tanta nota recordando la caída del Muro de Berlín es un buen pie para evocar a un grupo de gente que por aquellos días revolucionó la radio: los que hacían «El bulo de Merlín».
En agosto de 1987 Santiago Salgado presta la piecita del fondo de su casa en Olivos para poner una radio con Fernando Collazo, Emilio GIménez Zapiola (hijo), Santiago Salgado, Pablo Avelluto y Eduardo Berti. Nacía «El bulo de Merlín», la primera radio libre argentina.
Transmitían de 18 a 1 siempre haciendo eje en el humor. Se escuchaba desde el Tigre hasta Palermo. Fueron el antecedente de Radio Bangkok, con una realidad paralela delirante tratada con el lenguaje de los medios tradicionales. Podían invitar a una guerra de canciones telefónica, a una búsqueda del tesoro en el barrio o comunicarse con un chárter en el que, en un día de año nuevo y por estar volando en sentido inverso de la rotación de la Tierra, siempre eran las 24 y el festejo etílico acababa en catástrofe. La casa de la familia Salgado estaba bastante cerca de la quinta de Olivos y los conductores decían que el oyente Raúl Ricardo (Alfonsín) los llamaba en las noches de insomnio. En «Bondi», el programa ómnibus de los fines de semana, experimentaban con sonidos y desde los libretos de radioteatro soñaban con homenajear a la vieja radiofonía. En «El rally del dial» volvían locos a los oyentes obligándolos a buscar y descubrir qué temas estaban pasando otras radios. A veces Mario Pergolini pasaba para transmitir un rato.
El 16 de noviembre de 1988 la Secretaría de Comunicaciones descubrió la ubicación de la emisora y una brigada de funcionarios al mando del secretario Ramadam Ramadán (sic) entró al estudio, requisó los equipos y puso una faja de clausura. «Armar la radio no fue barato y después de haberla instalado nos vinieron a clausurar y se llevaron todo, hasta lo que no se tenían que llevar. A los pocos meses hubo que empezar de nuevo», se quejaba Santiago Salgado en una entrevista a la revista 13/20.
Como en la mayoría de las radios truchas que fueron surgiendo por esos tiempos, nadie cobraba nada, salvo algunas donaciones de los vecinos que se acercaban a la casa de Salgado con efectivo o comida.
En el ’89 el circuito de las radios oficiales los convocó: pasaron por radio Excelsior y Municipal. En esta etapa se sumaron Diego Golombek, Mariano Mucci y Gustavo Neer. De esa época recuerdo a «Bernardo Insertcoin», un crítico de videojuegos, algo que era gracioso entonces y que ahora es un oficio más.
Un día, hace 20 años, los escuché decir que era el último programa: «es cansador ser gracioso todo el tiempo», se justificaban. En ese entonces la frase me enojó, pero con el tiempo los entendí (seguramente alguien 20 años menor que yo se indigne al leer esto).
Hoy nadie se acuerda de la caída de este bulo, no existen textos, ni grabaciones en la red, sus protagonistas tampoco hablan de esos días. Apenas un libro, «Días de radio» de Carlos Ulanovsky, le dedica una página y el disco de Eter, algunos segundos.
Vaya este post entonces como recuerdo de los últimos años ’80, cuando las radios truchas fueron la promesa de que se podían hacer medios de comunicación diferentes.