Esta apología del teléfono la escribí para el Boletín de Periodismo.com Nº 12, de febrero de 1999. Los datos de telefonía fija y celular que se citan son de esos días.
Desde el 24 de enero de este año, el 4 antecede a los viejos numeros telefónicos de Argentina. Pero además, existe una nueva numeración para hacer llamadas interprovinciales, discar el 0800, 0600 y 0610 y para telefonía celular. El slogan de la campaña de la Secretaría de Comunicaciones reza «en 8 años, se avanzó un siglo». Lo que es verdad, ya que la cantidad de teléfonos que había hasta 1990 (3.026.762) era más del doble para 1998 (7.614.108). Eso, sin considerar la explosión de la telefonía celular (poco más de 15.000 en el ’90, casi tres millones en el ’98) y de los teléfonos públicos (22.500 contra 110.000).
El primer llamado telefónico, se sabe, lo hizo Alexander Graham Bell al hablar con Thomas Watson 10 de marzo de 1876. Es poco conocida, en cambio, la historia del primer llamado en Argentina.
A fines de 1880, la Sociedad Pantelefónica de Locht, abre sus oficinas en la calle Florida entre Bartolomé Mitre y Cangallo. El conmutador de Locht admite sólo veinte abonados. El número 1 es para el doctor Bernardo de Irigoyen, ministro de Relaciones Exteriores y el 2 pertenece al presidente Julio Roca.
Los aparatos de entonces, verdaderos armatostes de madera, se alimentan a pila y funcionan con una sola línea de alambre galvanizado, tendida sobre pequeños postes ubicados en las azoteas de las casas, que parte de una torre de distribución montada en el techo de la central.
Para obtener la comunicación debe llamarse a la oficina, haciendo girar la manivela. El operador -durante un tiempo estas funciones están en manos masculinas-, quien se halla de pie frente al conmutador, recibe la solicitud y une a los dos teléfonos.
El miércoles 5 de enero de 1881 se produce la primera llamada experimental. A diferencia de la charla que mantuvieron Graham Bell y Watson, la nuestra salió mal. Por ser el abonado número 1, Bernardo de Irigoyen llama al general Roca, pero se adelanta a atender uno de los sobrinitos de Roca, que se acerca al tubo y lo inunda con su parloteo. Poco familiarizado con el nuevo aparato, Irigoyen cuelga indignado pidiendo a los técnicos que hagan mas ensayos hasta acabar con los ruidos.
El misterio es aclarado unos minutos después, cuando Roca llama al canciller y le explica la intervención de su sobrinito. Por lo tanto, la primera conversación telefónica argentina fue entre Bernardo de Irigoyen y el sobrino de Roca, cuyo nombre ignoramos.
La primera guía Pantelefónica era de una hoja y los abonados para fines de 1881 alcanzaban los 200. Antes de que esta empresa llegara al país y a dos años de la consagración de Graham Bell, Bartolome Cayol y Fernando Newman comenzaron a hacer experimentos con aparatos propios que, según el diario El Nacional, «son al parecer mejores que los que vienen del exterior». Y continuaba diciendo que «pasan de una docena los pedidos que tienen ya estos inteligentes mecánicos». Sin aval político y con la sombra de la Pantelefónica de Loch, la experiencia quedó en el intento. Por ese entonces Roca declara: «estimo que la difusión de estos aparatos en la Argentina será tan decisiva para su progreso como nuestra expedición al desierto».
El teléfono ha sido considerado un artefacto más cercano a un lavarropas que a un televisor. Es un medio de comunicación, pero su carácter de «punto a punto» le quita el estatus que tienen los medios masivos.
Sin embargo, es el único medio en el que prácticamente todos podemos ser creadores. Alguna gente puede editar una revista, unos pocos afortunados pueden tener un programa de radio y una selecta elite puede conducir un programa de tv. Pero cualquiera puede ser autor de un llamado telefónico.
Y aunque no hay críticos de «llamados telefónicos», ni nadie evalúa las interpretaciones de las «hot-lines», hay algunos intentos para elevar a este hijo bastardo de los medios de comunicación a una jerarquía superior: recordemos que el gran protagonista en los medios con el regreso de la democracia fueron los llamados que los oyentes empezaron a hacer a Radio Belgrano primero y al resto de las emisoras después.
En otra senda Tangalanga, que pasó a la fama por sus cargadas telefónicas, se ha transformado en un personaje de culto, con libros y compacts editados.
En cuanto a los contestadores automáticos, ese gran compañero de la nueva generación de teléfonos, en la web hay varias páginas donde se ofrecen sin cargo mensajes artísticos o humorísticos para coleccionar (o poner en el contestador propio).
Para finalizar esta reivindicación del teléfono como medio masivo, una experiencia no tan conocida. Juan Manuel Campaya, un estudiante de cine de 30 años, ha realizado un trabajo que muestra con orgullo: guarda y cataloga todos los llamados que se hicieron a su contestador en más de una década. Las voces de amigos, parientes y números equivocados, son un diario íntimo de su historia cotidiana, contada a través de las voces de los otros.