No estoy interesado en complacer a los intelectuales escribiendo crítica literaria, porque la crítica literaria como arte en estos tiempos tiene un alcance demasiado estrecho y un público demasiado limitado, lo mismo que la poesía. [..] El público lector es intelectualmente adolescente en el mejor de los casos, y es obvio que lo que se llama "literatura significante" podrá vendérsele a este público por los mismos métodos que se usan para venderle pasta dental, purgantes y automóviles. Es igualmente obvio que dado que a este público se le ha enseñado a leer por fuerza bruta, querrá, en los intervalos entre los esfuerzos con los últimos bestsellers "significantes", leer libros que sean divertidos y excitantes. De modo que, como todo público a medias educado de todos los tiempos, se volverá con alivio hacia el hombre que le cuente una historia y nada más. Decir que lo que ese hombre escribe no es literatura es como decir que un libro no puede ser bueno si provoca ganas de leerlo. Cuando un libro, cualquier clase de libro, llega a cierta intensidad de realización artística, se vuelve literatura. Esta intensidad puede ser cuestión de estilo, de situación, de personajes, de tono emocional, o idea, o media docena de otras cosas.