«Un hombre llamado Inkstead me sacó algunas fotos para Harper’s Bazaar hace un tiempo (nunca pude descubrir por qué) y una en la que yo estaba con mi secretaria sentada sobre las rodillas salió realmente muy bien. Cuando reciba la docena que pedí le enviaré una. Quizá convenga aclarar que la secretaria es una gata persa negra, de catorce años, y la llamó así porque ha estado conmigo desde que empecé a escribir, por lo general sentándose sobre el papel que quiero usar o los escritos que quiero revisar, a veces saltando sobre la máquina de escribir y a veces mirando tranquilamente por la ventana desde un rincón del escritorio, como diciendo «lo que estás haciendo es una pérdida de tiempo, compañero». Su nombre es Taki (originalmente era Take, pero nos cansamos de explicar que era una palabra japonesa que significa bambú, y debe pronunciarse en dos sílabas) , y tiene una memoria como ningún elefante puede haber intentado tenerla. Por lo general es cortésmente distante, pero de vez en cuando se pone de humor discutidor y habla durante diez minutos sin parar. Ojalá yo supiera lo que está diciendo, pero sospecho que se resume en una versión muy sarcástica de «podrías hacerlo mejor». He amado a los gatos toda mi vida (no tengo nada contra los perros salvo que necesitan mucha diversión) y nunca he podido entenderlos del todo. Takie es un animal completamente aplomado y siempre sabe a quién le gustan los gatos, nunca se acerca a alguien a quien no le gustan, y siempre va directamente hacia cualquiera, por tarde que llegue y desconocido que sea, que realmente los quiera. No pasa mucho tiempo con ellos, no obstante, se limita a un monto moderado de caricias y juegos. Tiene otro truco curioso (que puede o no ser excepcional), y es que nunca mata a ninguna presa. Las trae vivas y deja que uno las tome. En diversas ocasiones ha traído a casa presas como una paloma, un loro azul y una gran mariposa. La mariposa y el loro estaban enteramente indemnes y siguieron su vida como si nada hubiera pasado. La paloma le dio algunos problemas, pues al parecer no quería ser transportada, y tenía una pequeña macha de sangre en el pecho. Pero la llevamos a un veterinario y estuvo bien muy pronto. Sólo un poco humillada. Los ratones la aburren, pero los atrapa si ellos insisten, y después yo tengo que matarlos. Tiene una especie de cansino interés en los topos, y puede observar con cierta atención una cueva de topo, pero los topos muerden y después de todo, ¿quién quiere un topo? Así que se limita a simular que podría atrapar uno, si quisiera.
Va con nosotros a todas partes donde viajamos, recuerda todos los sitios donde ha estado antes y en general se siente a gusto en cualquier lado. Uno o dos lugares le cayeron mal, no sé por qué. Simplemente no se adaptó a ellos. No tardamos en entender las alusiones. Lo más probable es que en ese sitio haya habido algún asesinato brutal, y que estaríamos mucho mejor en otra parte. El asesino podría volver. A veces me mira con una expresión peculiar (es el único gato que conozco que lo mira a uno a los ojos) y tengo la sospecha de que lleva un diario, porque la expresión parece decir: «Hermano, en general se te ve muy satisfecho contigo mismo, ¿no? Me pregunto qué sentirías si yo decidiera publicar algo de lo que he venido anotando en mis ratos libres». En ciertos momentos tiene el gesto de levantar una pata delantera y dejarla colgando, mirándola especulativamente. Mi esposa piensa que está sugiriendo que le compremos un reloj de pulsera; no lo necesita por ningún motivo práctico (sabe la hora mejor que yo) pero después de todo las chicas necesitan tener alguna joya.
No sé por qué estoy escribiendo todo esto. Debe de ser porque no se me ocurre ninguna otra cosa o (aquí es donde se pone siniestro), ¿lo estoy escribiendo en realidad yo? Podría ser que… No, debo ser yo. Digamos que soy yo. Tengo miedo.
P.S.: Estoy trabajando en una adaptación a la pantalla de La dama del lago para la MGM. Me aburre a muerte. Es la última vez que hago un guión de un libro que yo mismo escribí. Es como revolcarse sobre huesos secos.»