Visto desde una óptica más crítica, ceder la tapa atenta contra dos principios que La Nación defiende desde siempre. Que alguien, y no precisamente de la misma ideología que la del periódico pueda seleccionar y jerarquizar la agenda, desmiente la idea del periodismo objetivo e impoluto tan cara a diarios como este. Si hay dos tapas posibles, entonces la agenda infomativa no sería algo dado, sino que obedece a una lectura ideológica de la realidad.
El otro mito que se cae llamando a un político a elaborar una tapa es el del saber específico de la profesión. Si «cualquier boludo hace la tapa de un diario», para parafrasear a José Pablo Feinmann, entonces no hace falta capacitarse ni tener experiencia en medios. Twitteros, periodistas ciudadanos, políticos y mediáticos están a la par de los periodistas profesionales, argumento que desde los medios tradicionales siempre se busca refutar.
Por suerte, para los que hacen La Nación, la obra de Filmus desmiente los dos argumentos. El ideológico porque, si se revisa el diario de hoy, difiere poco en su interior del contenido que seleccionó Filmus, las notas son las mismas, apenas jerarquizadas o adjetivadas distinto. Una tapa verdaderamente transgresora en La Nación, hubiera incluido, por ejemplo que fraguaron un expediente de la Causa Papel Prensa para beneficiar a Clarín y La Nación.
Y el argumento del profesionalismo puede refutarse también: una tapa como la que hizo Filmus no solo es un embole atómico, sino que ignora noticias que un diario generalista no puede darse el lujo de omitir: lo de River no puede ir tan chico y hay una sobreabundancia de información política. Reglas ambas que un periodista profesional no hubiera dejado pasar.
Aplaudimos el gesto de animarse y esperemos que la próxima se jueguen y, la tapa armada por el invitado, sea la que quede en la página 1…