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Martín Elli

Marcelo Tinelli, el ex-conductor de «Showmatch» (uno de los fracasos del año) y actual conductor de «Cantando por un sueño» y «Bailando por un sueño» (uno de los éxitos del año) coincidió ayer con su colega en la conducción de programas de radio y tv, Martín Caparrós: ambos condenaron la lectura de diarios.

En el programa de Canal 13, perteneciente al Grupo Clarín, Jorge Lafauci se quejaba porque un diario había malinterpretado sus críticas a la «Tigresa» Acuña. Tinelli lo interrumpió: «¡No hay que leer los diarios!».

Unos días antes, Caparrós, docente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que fundó Gabriel García Márquez, había contado a Veintitrés que luego de mudarse dejó de recibir los diarios y seguró que «al acabo de una semana descubrí con horror, con espanto que no los necesitaba para nada».

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Bailando por un sueño 2

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Ayer, mientras 200.000 personas llamaban para elegir entre el sueño de Manuel Rodríguez o el de Lucas Tortorici, Julio López seguía desaparecido.

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Increíble: Gregory House tiene conciencia

El jueves pasado Universal emitió «No Reason», el último capítulo de la segunda temporada de Dr. House.

Para los que no lo vieron nunca, este post no tiene demasiado sentido. Para el resto, y sin revelar la vuelta de tuerca final, en el episodio un hombre entra a la oficina de House, le dice «yo fui paciente suyo», y le dispara.

Más adelante los vemos a ambos en terapia intensiva, una cama al lado de la otra, criminal y víctima. Primero con recelo, pero después con más confianza, estos hombres que se odian entre sí, comienzan a dialogar.

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En una escena, vemos a House en su cama con los ojos cerrados y al otro hombre hablándole:

Usted finge que se opone al sistema.
Finge ser un rebelde.
Dice que odia las reglas, pero sólo está sustituyendo las de la sociedad por las suyas.
Y es una linda y simple regla:
dí franca y honestamente la verdad,
del modo más crudo y oscuro.
Y lo que sea, será.
Y lo que sea, debe ser.
Y todos los demás son unos cobardes, ¿no?
Pero se equivoca.
No es cobarde no decirle a alguien que es un idiota.
La gente tiene tacto y es educada no sólo porque es bonito.
Lo hacen porque tienen un poco de humildad.
Porque saben que cometerán errores.
Y saben que sus acciones tendrán consecuencias.
Y saben que esas consecuencias son culpa de ellos.
House, ¿por qué quiere no ser humano tan desesperadamente?

[audio:http://www.simplenet.com.ar/mp/mpaniversario/17.mp3]

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El juego de las siete diferencias

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La versión argentina de «Married with children», protagonizada por Guillermo Francella, Florencia Peña, Darío Lopilato y Luisana Lopilato va por su segunda temporada.

Hay dos maneras obvias de diferenciar un capítulo nuevo de uno viejo de «Casados con hijos»:

1- A los nuevos los emiten antes que a los viejos.

2- Los nuevos siempre miden menos que los viejos.

Pero, ¿que va a pasar cuando, en las infinitas repeticiones, se empiece a mezclar la primera temporada con la segunda? Aquí algunos otros indicios para distinguir las dos épocas:

3- En la segunda temporada Pepe Argento se empezó a peinar para adelante. El vendedor de zapatos se debe haber dado cuenta que se le estaban volando las chapas.

5- Este año Paola Argento no está nunca. Se ve que está más salidora (a comer, seguro que no).

6- (Para los próximos episodios) Cuando aparece Paola Argento, está mucho más flaca.

7. Ahora Moni Argento se tienta mucho más. Aunque odia a su marido parece que ahora le causa más gracia lo que dice.

7. El perro está actuando mejor.

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Clarín, ¿y el archivo?

Algunos medios online tienen archivo y otros no. De los que tienen archivo, algunos cobran para su acceso y otros lo ofrecen gratis. De los que cobran para su accceso, algunos muestran un pequeño fragmento previo pago y otros se limitan al título. Pero lo de Clarín.com es único: el archivo es gratuito, pero no hay manera de acceder al contenido online, ni gratis ni pagando.

Cuando editaba los textos del Boletín de Periodismo.com para republicar, buscaba links relevantes para complementar algunos artículos. Por ejemplo, éste está centrado en un artículo de The New York Times publicado por Clarín en 2001. No fue fácil localizarlo, pero cuando lo encontré, apareció esto:

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¿Alguien puede explicar cuál es la utilidad de un archivo como este?

Así que, ahora que otros nabos vuelven a protestar por el Premio Don Segundo Sombra, tampoco voy a poder chequear en esta nota de Clarín si era el el Concejo Deliberante de Coronda o el de San Antonio de Areco el promotor del proyecto que nos declaró por unanimidad «personas non gratas» por haber creado el galardón a lo peor de la tv argentina…

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Sentidos

Escrito en octubre de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 44

Uno de los mayores malentendidos de la cultura visual es la frase «una imagen vale más que mil palabras». La muletilla dio lugar a debates, a tesis y a clichés de conductores sin imaginación.

Si se rastrea su origen, se verá que se trata de un falso debate. En realidad la traducción adecuada de este proverbio chino debería ser «el significado de una imagen puede expresar diez mil palabras», que no superpone lo gráfico a lo textual, sino que los hace convivir en armonía.

El nacimiento de la confusión es por demás bizarro. Un publicista norteamericano lo introdujo en el mundo occidental en un aviso de polvo para hornear Royal. Allí, el dibujo de un «sabio chino» sentenciaba que una imagen vale más que mil palabras y exhibía con orgullo un bizcochuelo de incuestionable altura. Desde entonces, la puerta estuvo abierta para refutadores y apologistas.

Aunque todavía no hay una imagen excluyente que represente el atentado a las Torres Gemelas, millones de ojos se intoxicaron contemplando la escena. Antes de buscar un sentido, los espectadores, sentidos, pierden el sentido. Los sentidos se saturan y a la vez piden más.

Sentido común. Un avión estrellándose contra un edificio=accidente extraordinario. Dos aviones estrellándose contra dos edificios=atentado.

Sentido vectorial. Dos cuerpos en movimiento horizontal atraviesan dos cuerpos estáticos. Los cuerpos estáticos se transforman en cuerpos en movimiento vertical descendente.

Sentido del olfato. Falló en muchos periodistas apresurados por ganarle a la cadena competidora o ingenuos al reproducir la información «del cuartel». Hubo terroristas que no eran tales o que habían muerto un año antes. Hubo coches bomba que aparecían y desaparecían y, fundamentalmente, mucha información con doble sentido.

Sentido del humor. Los únicos periodistas que no pudieron ejercer su profesión fueron los humoristas. ¿Quién pone la cara para bromear con algo así? Mientras Clarín levantaba la contratapa con las tiras cómicas y Página/12 anunciaba en su tapa «Hoy no hay chiste», las cadenas de correo electrónico se mofaban del atentado desde el anonimato. En este caso, el sentido del tacto es, a la vez, el sentido del gusto.

Sentido del oído. La ventana televisiva por la que todo pasa está cerrada. No hay gritos de auxilio o de dolor, sirenas o llantos. La asepsia selectiva de la CNN nos obtura la capacidad de escuchar lo que está pasando.

Sentido de la vista. Pocos repararon en un grupo de espectadores que no pudo sufrir del mismo modo que el resto del mundo: los ciegos. «Carentes de una descripción de los atentados, muchos ciudadanos de Estados Unidos y del mundo entero se ven impedidos de comprender exactamente lo que ocurrio y cómo ocurrió. Por consiguiente, su posibilidad de ‘digerir’ el horror y compartir la experiencia con el resto de la población se ve muy reducida porque lo visual predominó en esa experiencia para la mayoría», reflexiona Kynn Bartlett, principal técnico de Idyll Mountain Internet que da cursos sobre diseño de sitios web accesibles para todos. Algunos sitios web han sentido el problema y desarrollaron páginas sobre los atentados accesibles a los no videntes. A cada instancia del episodio equivale una descripción con palabras de lo que se ve. Sin embargo decir «neoyorquinos, uno con corbata, el otro con remera negra y pantalones oscuros, corren aterrorizados por las oleadas de humo de los escombros detrás de ellos» nunca va a equivaler a ver esas caras y ese humo.

En ese sentido, una imagen vale más que mil palabras.

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La pantalla es el tablero

Escrito en abril de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 38

Jennifer Ringley debe estar cada día más aburrida: su entretenimiento y su vía de ingresos desde 1996 era saberse mirada a través de las webcams ubicadas en cada rincón de su casa. La idea, que tuvo su momento de gloria, no para de perder espectadores. Hace cinco años la propuesta era vanguardista y la web era el medio ideal para experimentar con este nuevo tipo de narración que no es ficción, pero que tampoco es estrictamente documental. Ahora cada país tiene varios «reality shows» y por el momento es más cómodo mirar frente al televisor que frente al monitor y poder comentarlo al día siguiente con los compañeros de oficina.

Y mientras la Jennicam y sus émulas languidecen, la web busca formas alternativas de entretener. En los últimos meses apareció una nueva generación de reality shows que seguramente liderarán el rating de la tv dentro de un par de años. Ya no alcanza con poner cámaras y dejar que la acción suceda: ahora el espectador también quiere ser protagonista.

Un antecedente puede encontrarse en los trabajos del productor, actor, escritor y director William Castle que buscaba en el efectismo un mayor involucramiento: sus estrategias de promoción apelaban a romper la frontera entre la pantalla y la gente. Así, Castle podia estacionar una ambulancia en la puerta del cine donde se proyectaba alguna de sus películas de terror, o incluía un seguro de vida con la venta de las localidades y hasta llegó a colocar un mecanismo vibratorio en las butacas, que se activaba durante la proyección de The Tingler.

Entre las nuevas experiencias mediáticas hay que contar a «Reality Run», que se realizó el año pasado en Berlín, ahora se está jugando en Buenos Aires (N. de la R.: el texto es de abril de 2001) y se viene la versión San Francisco. En este juego hay dos fugitivos que los participantes tienen que capturar (con una recompensa de 10.000 dólares) siguiendo las pistas que se dan a través de la web. La TV ya está jugando con estas ideas: el programa «Fugitivos» y «Runner», un envío producido para ABC por Ben Affleck y Matt Damon, son los primeros ejemplos.

Menos narrativo y televisivo, pero igualmente lúdico y con eje en la combinación mundo virtual/mundo real, es un nuevo deporte llamado Geocaching. Si Reality Run es la versión adulta de las escondidas, el Geocaching es equivalente a la Búsqueda del Tesoro. Gracias a que la precisión de los receptores de GPS (Sistema de Posicionamiento Global) fue mejorada desde el 1 de mayo de 2000 y al creciente descenso del precio de estos aparatos, el Geocaching pudo popularizarse. El punto de partida es el sitio web oficial de los geocachers. Allí se elige el tesoro (o «cache») a rastrear utilizando el lector de GPS. La búsqueda no es más que una excusa para hacer turismo de aventura con un objetivo concreto, ya que los tesoros generalmente no son demasiado tentadores: apenas CDs, DVDs o pilas para el GPS. El proceso culmina al volver a la computadora y narrar en el sitio web las peripecias que se debieron pasar hasta llegar a la meta final.

Pero el grado máximo de involucramiento está por comenzar en los Estados Unidos con un juego llamado Majestic. Los jugadores pagan 10 dólares para formar parte de esta aventura que promete despertar más de una polémica. Los participantes están en el centro de una conspiración mundial y deben ir resolviendo los misterios que van apareciendo. La acción no transcurre en un tablero, sino que «asalta» a los participantes por todos los canales de comunicación posibles (e-mail, mensajería instantánea, teléfono, celular, beeper, web y fax). De este modo, un jugador puede atender en el teléfono de su casa un llamado a las 3 de la mañana de uno de los personajes aportando una pista imprescindible. O recibir en su oficina una serie de faxes con planos de edificios donde «los malos» podrían colocar una bomba. El lema es «usted no juega Majestic; Majestic lo juega a usted». La idea de los organizadores es tratar de borrar al máximo las fronteras entre la realidad y la ficción.

El proceso parece irreversible: la pantalla se rompe. El espectador decidió pasar al otro lado cuando vio que los que estaban para entretenerlo lo aburrían cada día más.

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No le digan chivo, que se ofende

Escrito en febrero de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 24

Los que conocieron al chivo cuando era chico ya casi no lo pueden reconocer. Y no hablamos de la cría de la cabra, sino del recurso que se utiliza para mencionar, mostrar o consumir un producto comercial incorporado a un espacio periodístico o de ficción.

En sus orígenes, el chivo era algo clandestino, informal, y las agencias de publicidad no lo avalaban. Uno de los pioneros de la publicidad subliminal fue el cómico Alberto Olmedo. Su compañero Javier Portales recuerda que las menciones de marcas dentro de los sketches más que acuerdos comerciales «eran favores hacia los amigos, por ejemplo al restorán donde parábamos. O como el clásico ‘¿Me llamaban? Sa voy’ por la bodega donde nosotros solíamos comprar vinos. Lo importante era qué hacía Olmedo con ello. Me acuerdo, una vez, aparecieron unas tapas de empanadas y el Negro se deliró y empezó a tirar tapas por todos lados. En otra ocasión, trajo un colchón al sketch de Los Periodistas. Él se acuesta y de repente me dice: ‘Venga Alvarez, pruebelo’. Y terminamos acostados los dos sobre el colchón. Todo era delirante, terriblemente gracioso».

Con el tiempo, el público, al principio reticente y hasta molesto con la idea, se fue acostumbrando a los chivos hasta terminar aceptándolos. Un estudio de noviembre del ’99 realizado por la agencia Lautrec, que analizó la relacion de los argentinos con la publicidad, destacó el buen desempeño de los chivos, y agregó que «funcionan mejor los que estan más integrados al programa» (sería tema de otra nota lo que pasa o pasaría en un noticiero con esta premisa).

Lo cierto es que el chivo está cambiado. Los publicistas le dan la bienvenida, los canales tienen departamentos especialmente dedicados a este género, las productoras independientes basan su crecimiento en estos ingresos y recientemente la Asociacion Argentina de Agencias de Publicidad decidió incorporarlo en sus estadísticas oficiales. No es para menos: un diez por ciento de la inversión publicitaria nacional se destina al chivo que, con semejante ascenso social, tenía que cambiar su imagen. Ahora se llama P.N.T. o «Publicidad No Tradicional».

Y mientras aquí las agencias pagan para que se parodien sus avisos, los movileros se paran detrás de los carteles callejeros de los anunciantes o distintos personajes se embadurnan de crema humectante mientras toman cerveza, en muchos países el «product placement» es objeto de críticas, y hasta está prohibido expresamente por ley, como en Alemania.

Con el chivo muchas veces los guionistas deben escribir situaciones que favorezcan la inserción de mensajes comerciales. Pero hay otros casos donde es al revés: ¿qué pasa si el argumento de un programa demanda la mención de un producto? Otro cómico, con un estilo muy diferente del de Alberto Olmedo, tuvo ese problema. En su show, Jerry Seinfeld nombraba permanentemente marcas, totalmente integradas a la ficción (a punto tal de que algunos productos eran la base del episodio) sin cobrar un centavo. ¿Por qué lo hacía? Realismo. Los escritores de Seinfeld preferían productos verdaderos porque «en la comedia, cuanto más específico, más gracioso». A tal punto llegó el fenómeno, que muchas marcas preferían ser tratadas burlonamente antes que ser ignoradas por los cuatro personajes de la sitcom.

¿Cuál es el futuro? Basta con ver las últimas producciones hollywoodenses («Inspector Gadget» es una de las más escandalosas) para intuir la tendencia.

En Internet, en tanto, se dio un nuevo paso en la sofisticación chivera: una serie hecha especialmente para la web, llamada Hollywood Reality. En ese sitio se pueden seguir las peripecias de un grupo de atractivos adolescentes, con problemas del calibre de los personajes de «Beverly Hills 90210». El espectador mira cada semana su capítulo a través de la web y cuando ve en su monitor algo que le gusta, como los lentes o la remera del protagonista, presiona pausa, hace click en el objeto con el mouse y… ¡ya lo ha comprado! Gratificación instantánea. «Entetenimiento interactivo con comercio electrónico incorporado», define Jeff Haber, el cerebro detrás de la idea. Sus detractores dicen que destruyó definitivamente la línea que separaba al contenido de la publicidad. Él se defiende diciendo que es todo lo contrario: la publicidad desaparece del todo ya que, quien no quiera comprar nada, puede ver todo el programa sin hacer un solo click y, por lo tanto, sin ver un solo aviso.

Un consejo final para publicistas: hagan un curso de guión.

Un consejo final para escritores: estudien publicidad.

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¿Para qué sirven los críticos?

Ayer cuatro periodistas de espectáculos debatieron con Luis Majul sobre el valor de la crítica de programas de tv. Ya que estamos desempolvando viejos textos, es oportuno recordar uno que escribí para el Boletín de Periodismo.com Nº 13, de marzo de 1999.

0) La crítica cinematográfica está en el centro por varios motivos: la muerte de Gene Siskel, uno de los críticos norteamericanos mas conocidos; una nueva entrega de los Oscar, esta vez con un candidato por Argentina, y las múltiples polemicas alrededor de «La vida es bella», de Begnini son una buena excusa para hablar de un género que está demandando revisiones.

1) Jay Sherman era un crítico de cine. Tenía un programa que siempre estaba a punto de ser levantado, donde demostraba invariablemente su amor por el cine «con pretensiones» y su odio hacia todo lo que oliera a mainstream. La serie de dibujos animados «The Critic», realizada por Gracie Films, tuvo que ser levantada: para el público tenía demasiadas pretensiones y siempre prefirió al otro producto de los mismos realizadores «Los Simpsons» que, sin llegar a ser industrial, era más digerible para los telespectadores de todas las edades.

2) En los manuales clásicos de periodismo se explica la importancia de distinguir entre información y opinión. ¿Qué es una crítica de cine? No es información: hay juicios de valor y calificaciones y descalificaciones de quien firma. Pero tampoco es opinión: los diarios se cuidan bien de marcar los artículos de opinión con el rótulo «opinión». En los artículos de opinión, el diario no necesariamente tiene que coincidir con el autor. En las críticas de cine el diario parece apoyar el veredicto del crítico.

3) Se supone que un crítico nos dice si vale la pena ver una película y por qué. Pero, como con el programa de Jay Sherman, el público parece guiarse más por su instinto que por los dictados de tal o cual crítico: es claro que casi nunca existe una relación directa entre críticas y taquilla.

4) ¿Quién y por qué es crítico de cine? ¿Es crítico el que vio mucho cine? ¿El que filmó mucho cine? ¿El que sabe ver «más allá» de las películas? ¿El que entiende mejor las expectativas del lector del medio en el que escribe?

5) Si la crítica de cine es «prevención» (nos anticipa una película), ¿debemos seguir al crítico Sergio Wolf, que dijo que Titanic es «un clásico del futuro» o al crítico Quintín para quien Titanic es «correcta, entretenida y profundamente vacía»?

6) ¿A quién escuchar antes de ver una pelicula? ¿A aquel con cuyas criticas coincidí más veces después de salir del cine? ¿Al más persuasivo? ¿Al que analiza cada rubro técnico en detalle? ¿Al que evalúa la obra como un todo? ¿Al que busca valores más allá de la película? ¿Al que se centra sólo en el argumento?

7) ¿En que se diferencia un crítico de un amigo nuestro que vio la película? Es cierto que nuestro amigo no leyó el press-book, pero el crítico no nos conoce y nuestro amigo sí. Posiblemente un crítico esté harto de ver películas en las que el policia negro conoce al policia blanco y luego de odiarse durante la mitad de la película, se vuelven compinches inseparables en la otra mitad. Pero a lo mejor nuestro amigo y nosotros no vimos tantas películas de ese tipo. O a lo mejor vimos un millón y queremos ver otro millón más. El crítico le puso un 3 (dijo que era «previsible») y nuestro amigo un 9.

8) El modelo de crítica previsora que aparece en los diarios el dia del estreno de un film está quedando obsoleto. Distinto es el caso de las revistas de cine, donde las películas se analizan desde otra perspectiva y sirven más como punto de partida para un debate de ideas para después de la proyección, que como consejo prescriptivo para el espectador medio.

9) ¿Cuáles son las alternativas? Para el espectador, sugiero el modelo de Movie Critic (N. de la R.: Movie Critic no existe más, aunque hay varios sitios similares). Se trata de un sitio gratuito en el que el usuario va calificando una serie de películas. Una vez que se calificó una buena cantidad, basándose en esas elecciones (como nuestro amigo) emite recomendaciones probables para cine y video. Ofrece además la opción de «recomendaciones para dos» (combina las preferencias cinematográficas de, por ejemplo, un matrimonio). Hay que destacar que cuantas más películas se califiquen, más aproximadas serán las recomendaciones.

Para los diarios, copiar el modelo del excelente sitio de venta de videos Reel. La «crítica» se basa en tres elementos: una breve sinopsis argumental de no más de 20 palabras, una comparación con otras películas similares («si le gustó ‘La Historia Oficial’, seguramente le interesará ‘Missing'») y la «anatomía» de la película, compuesta de puntajes en catorce variables fijas, entre las que se encuentran «humor», «hollywood style», «sexo» o «profundidad dramática» (ver anatomía de «La Historia Oficial» aquí).

10) Espero ansioso el abucheo o la consagración de los críticos a estas propuestas.

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El tiempo real según Andy Warhol, Jack Bauer y Azuil2

Entre 1963 y 1968 Andy Warhol realizó más de 60 películas.

Sleep muestra durante cinco horas a John Giorno durmiendo.

En otra de sus películas, Blow Job, sólo se ve la cara de Tom Baker recibiendo sexo oral de Willard Maas. Previsiblemente es más corta: dura 35 minutos.

Dudo de que mucha gente haya visto Empire (al menos completa): ocho horas de una panorámica del Empire State Building.

Este empecinado homenaje al tiempo real en un medio que desde Eisenstein se define por la edición (y la elisión) desafía no sólo estas reglas, sino que se coloca en la frontera de la ficción/no ficción y privilegia los tiempos del proceso narrado (la verdadera acción) por sobre los tiempos del espectador.

En Chelsea Girls, de 1966, Warhol sube la apuesta: consiste en dos películas de 16mm proyectadas simultáneamente una al lado de la otra. Los proyeccionistas debían elegir cómo combinar las películas, qué banda sonora dejaban activa y cuál muda y cuándo, transformándose de algún modo en coautores de una obra mutante.

35 años más tarde, estos dos conceptos, el de tiempo real y el de proyección paralela de dos acciones, son reprocesados por Joel Surnow y Robert Cochran en la serie 24. Cada temporada son 24 episodios de una hora que representan cada hora del día en la vida del agente Jack Bauer. Paralelamente vamos siguiendo las historias de los personajes secundarios.

5 años más tarde (hace tres días) un ignoto usuario de YouTube llamado Azuil2 subió un video de casi 8 minutos llamado «Watching ’24’ while eating» («Mirando ’24’ mientras como»):

Como en un sistema de cajas chinas, nosotros miramos en tiempo real a Azuil2, que a su vez mira a Jack Bauer. Pero hay una diferencia. En las primeras películas, Warhol (paradójicamente el rey del ego) trataba de que el artificio fuera lo más invisible posible: nosotros mirando el Empire State como si estuviéramos ahí. En el otro extremo, el casi anónimo Azuil2 usa al artificio como un muro: nunca llegamos a ver 24, solamente escuchamos algunos sonidos que nos permiten inferir que él está viendo 24. Aquí Azuil2 es el verdadero protagonista.

Azuil2 podrá ser un genio o un boludo, pero seguramente este video hogareño puede ayudarnos a pensar cómo se filma hoy: algo le pasa al cine cuando el director, en lugar de ponerse tras la cámara, aparece delante de la lente y se olvida que lo que tenía que filmar era otra cosa diferente de él mismo.

No queremos que el director nos mire, queremos mirar a través de él.