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Todos los días los medios publican alguna noticia sobre la creciente influencia de los blogs. Dos ejemplos:
Ayer ABC tituló «La blogosfera, con 100.000 bitácoras nuevas al día, empieza a ejercer como quinto poder» una nota con datos de David Sifry, fundador de Technorati. Allí se lee:
Cada vez más blogs se cuelan en las listas de los medios de comunicación más vistos, páginas personales «combatiendo» en la arena de los grandes medios. «The New York Times» encabeza la clasificación del tercer trimestre del año, pero entre las cien primeras direcciones hay una docena de blogs, de páginas personales, la mayoría del sector tecnológico.
«El blogging sigue jugando un papel crítico en el debate de los asuntos importantes de nuestro tiempo», dijo Sifry en la presentación del informe. Los blogs políticos influyen cada vez más en el «estado de opinión» (la palabra más buscada tras las elecciones en Estados Unidos fue Rumsfeld). Los periodísticos, también. Y los relacionados con el consumo tecnológico, aún más. Esa presencia creciente y relevante ha llevado a distintos teóricos a sacar de la chistera el término «quinto poder».
Hoy Baquía se hace eco de un estudio realizado en Europa que revela que los blogs son más fiables que los anuncios de televisión:
De los 2.200 europeos encuestados, alrededor de un tercio dijo que había cambiado de idea sobre alguna compra después de leer comentarios negativos de otros usuarios en Internet, y el 52% afirmó que se habían convencido a comprar algo después de ver críticas positivas en un blog.
Y como donde hay una tendencia hay un nicho comercial, ReviewMe viene a explotar este poder de opinión que se han ido ganando los bloguers con un modelo de negocio que consiste en pagar para que los responsables de weblogs opinen sobre productos y servicios.
Para probar el poder de la idea, comenzaron ofreciendo entre 20 y 200 dólares a aquellos que acepten reseñar al mismo ReviewMe en sus posts. Para relevar el éxito de la campaña, solo basta seguir el link a esta búsqueda: al momento de escribir esto ya eran 1649 los posts que hablaban sobre el sitio a cambio de unos billetes verdes (o 1650 si se suma el post que están leyendo, por el que me pagarán 50 dólares).
Como si se tratara de un medio tradicional, hay 48 horas para escribir y la extensión no debe ser menor a las 200 palabras. Pero lo que lo hace verdaderamente interesante es que no hay ninguna injerencia sobre el contenido y que obligan a poner que se trata de una reseña paga. Es decir: si el producto o servicio no nos gustó podremos criticarlo que vamos a cobrar igual. Y además nuestros lectores siempre estarán al tanto de los casos en que nuestras opiniones fueron remuneradas.
Transparencia con el lector, independencia frente al «anunciante», dos cosas de las que los medios tradicionales no pueden jactarse y que este sistema garantiza. Sin embargo, sigue haciéndonos ruido. ¿Es ético el sistema? Los bloguers que se ocuparon de ReviewMe dicen que, de no haber recibido el dinero, habrían escrito igual porque les parece una buena idea para dar a conocer a sus lectores. La pregunta que me hago es qué pasaría si ahora apareciera una competencia de ReviewMe, pero que no paga para difundir el modelo, ¿lo reseñarían gratis? ¿serían igual de ecuánimes?
Por otra parte, la idea se mostró en plenitud con este primer anunciante, porque todos usamos el sitio y nos vimos obligados a seguir todos los pasos desde el registro hasta el final del proceso para poder cobrar nuestros morlacos. Pero ¿qué va a pasar con productos como discos o películas, bienes culturales de no tan fácil acceso? ¿O con empresas que paguen para reseñar un mismo producto varias veces?
El dato no dicho es que cuando se trata de sitios, hablar aunque sea mal, ya implica desatar un efecto viral de visitantes, pero también un aumento del PageRank, una de las variables que usa Google para posicionar sus resultados, basada en la calidad de los enlaces hacia un sitio. En la web, más que en ningún otro lado, there’s no such thing as bad publicity.
Tal vez una consecuencia no buscada desde el lado de los anunciantes sea que con cada reseña se puede beneficiar indirectamente a la competencia. Muchos de los artículos que hablaron sobre ReviewMe se refirieron también (aunque negativamente) a Pay per post, de similar funcionamiento pero sin las virtudes de ReviewMe.
En cuanto al contenido, vi mucha truchada: en general los blogs más que analizar o criticar el servicio, lo describen. Cómo desalentará ReviewMe el copy-paste entre blogs es otra de las incógnitas no aclaradas. Lo lindo es que por fin veo laburar a muchos blogs que sólo se dedican a linkear y que con esto tienen que escribir al menos 200 palabras.
Por último, si bien es cierto que las empresas no exigen reseñas positivas, el sistema permite revisar las últimas opiniones escritas por cada bloguer antes de decidir pedirle que comente sus productos. Veremos cuántos son los anunciantes que se atreven a darle assignments a bloguers con un historial de críticas negativas…
Ojalá que funcione. Porque más allá de las críticas que enumero, parece ser una buena idea y un buen negocio para todas las partes.
Escrito en marzo de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 25
La Humanidad solía producir dos o tres genios por siglo. Ahora nos da media docena por mes. Los periodistas Franz Lidz y Steve Rushin partieron de esa consigna para analizar el tratamiento leve que los medios le dan a la palabra.
La revista Esquire decidió que su número de noviembre iba a estar dedicado a los genios, aquellos hombres y mujeres que «transformaron nuestra civilización», incluyendo al jugador de la NBA Allen Iverson y al brillante Leonardo (no Da Vinci, sino Di Caprio). Hoy, todos y sus perros son genios (literalmente, ya que se ha editado el libro «Caninenstein, despertando el genio en su perro»).
Para Lidz y Rushin esta inflación se ve mejor en el cine de humor. Se tomaron el trabajo de revisar la prensa norteamericana en busca de «comic genius». Así, el «comic genius» Jim Carrey (según Time Magazine) interpreta al «comic genius» Andy Kaufman (según The New Yorker) en «Man on the Moon». El protagonista y escritor de «El director chiflado» el «comic genius» Steve Martin (según The Washington Post) fue poderosamente complementado por el «comic genius» Eddie Murphy (USA Today). El ventrílocuo maligno de «Cradle Will Rock» interpretado por el «comic genius» Bill Murray (según The New York Observer) rivalizaba en los multicines con el científico maligno de «Austin Powers 2» interpretado por el «comic genius» Mike Myers (según el Chicago Sun-Times). Con tanto derroche de excelencia, ¿qué queda para cuando aparezca un verdadero genio?
Alejado de la prensa «mainstream» pocos periodistas calificarían de genio a Tibor Kalman, no por falta de méritos, sino porque nunca oyeron hablar de él. Seguramente las revistas para las que trabajan utilizan como clichés los diseños que impuso a traves de su estudio M&CO. Pero aunque diseñó desde tapas de discos hasta relojes, Tibor Kalman era mas que un diseñador gráfico. Urbanista (rediseñó Times Square), periodista (dirigió «Colors», la mejor revista del mundo), curador (Whitney Museum), pero ante todo un provocador que uso siempre su trabajo para mostrar hechos y cosas que otros no habían visto con tanta profundidad o no habían tomado tan en serio.
Nacido en Budapest en 1949 vivió casi toda su vida en Nueva York, lo que no significa que se haya quedado quieto. «Tan pronto como aprendas, muevete», solía decir y ahí está la explicación de la diversidad en su vida. «Nietzche ha escrito que una persona se mueve de A hacia B porque sabe bien que no quiere estar en A, no necesariamente porque B sea el destino deseado. Una vez que Tibor comienza a sospechar que A es un buen lugar para estar, inmediatamente tiene que irse», contó alguna vez Leonard Riggio, el primer jefe de Kalman.
Como diseñador siempre criticó a sus colegas por el divismo («El diseño grafico es un medio, no un fin. Un lenguaje, no un contenido») y por la falta de compromiso («en el diseño corporativo no hay diferencias entre un contador, un abogado y un diseñador gráfico: todos trabajan para que la corporacion se vea bien»).
En 1990 lo convoca otro provocador, Oliviero Toscani para que transforme en revista los códigos de las campañas de Benetton. Surge «Colors», donde volcaría todos sus saberes durante 13 numeros monográficos en los que cambiaría el modo de hacer periodismo hablando de temas como el sida, la religión, los viajes, el paraíso o la calle.
Humor, estética, información y denuncia son los elementos que predominan en esta revista antropológica de la cultura contemporánea, que mira donde el resto de los medios no quieren o no les interesa mirar. «El principal problema en el mundo es el racismo», declaró en un reportaje, «racismo en el sentido de que cuando mueren 10.000 personas en una inundación en México, la noticia termina en la página 17. Eso es racismo, la falta de respeto, conciencia o interés en el modo en el que viven otras culturas y lo que es importante para ellas».
La revista mantiene su esencia, pero Kalman se alejó del proyecto en el ’95, peleado con Toscani y aquejado por un linfoma que lo tuvo a mal traer hasta su muerte en Puerto Rico el 2 de mayo pasado (N de la R: de 1999).
Sus últimos días trató de pasarlos trabajando en proyectos disfrutables: «trato de aprovechar bien el tiempo. No digiero bien a los tontos, sean empleados o clientes. Los únicos tontos que padezco son mis amigos, y muchos de ellos ni siquiera son tontos, así que estoy bien».
Algunas de sus frases sirven para pintar una personalidad: «Todo es un experimento»; «Las reglas son buenas. Rómpelas»; «Los errores y los malos entendidos son el origen de ideas frescas»; «Estoy interesado en las imperfecciones, en la locura, en la excentricidad, en lo impredecible»; «Si nadie odia algo que haces, tampoco nadie lo amará».
Pero como hace la prensa cuando busca resumir en una sola etiqueta a un grupo de actores que hace reir, para Tibor Kalman las palabras no alcanzan, hay que ver sus trabajos para entenderlo. En este sentido, nadie mejor que el para explicar esa idea: su despedida de la revista Colors no tiene palabras. Lejos de irse en silencio, las 359 imagenes de ese número son el mejor ejemplo de cómo se puede decir sin usar letras. Y de cómo, muchas veces, las palabras no dicen nada.
Escrito en febrero de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 24
Los que conocieron al chivo cuando era chico ya casi no lo pueden reconocer. Y no hablamos de la cría de la cabra, sino del recurso que se utiliza para mencionar, mostrar o consumir un producto comercial incorporado a un espacio periodístico o de ficción.
En sus orígenes, el chivo era algo clandestino, informal, y las agencias de publicidad no lo avalaban. Uno de los pioneros de la publicidad subliminal fue el cómico Alberto Olmedo. Su compañero Javier Portales recuerda que las menciones de marcas dentro de los sketches más que acuerdos comerciales «eran favores hacia los amigos, por ejemplo al restorán donde parábamos. O como el clásico ‘¿Me llamaban? Sa voy’ por la bodega donde nosotros solíamos comprar vinos. Lo importante era qué hacía Olmedo con ello. Me acuerdo, una vez, aparecieron unas tapas de empanadas y el Negro se deliró y empezó a tirar tapas por todos lados. En otra ocasión, trajo un colchón al sketch de Los Periodistas. Él se acuesta y de repente me dice: ‘Venga Alvarez, pruebelo’. Y terminamos acostados los dos sobre el colchón. Todo era delirante, terriblemente gracioso».
Con el tiempo, el público, al principio reticente y hasta molesto con la idea, se fue acostumbrando a los chivos hasta terminar aceptándolos. Un estudio de noviembre del ’99 realizado por la agencia Lautrec, que analizó la relacion de los argentinos con la publicidad, destacó el buen desempeño de los chivos, y agregó que «funcionan mejor los que estan más integrados al programa» (sería tema de otra nota lo que pasa o pasaría en un noticiero con esta premisa).
Lo cierto es que el chivo está cambiado. Los publicistas le dan la bienvenida, los canales tienen departamentos especialmente dedicados a este género, las productoras independientes basan su crecimiento en estos ingresos y recientemente la Asociacion Argentina de Agencias de Publicidad decidió incorporarlo en sus estadísticas oficiales. No es para menos: un diez por ciento de la inversión publicitaria nacional se destina al chivo que, con semejante ascenso social, tenía que cambiar su imagen. Ahora se llama P.N.T. o «Publicidad No Tradicional».
Y mientras aquí las agencias pagan para que se parodien sus avisos, los movileros se paran detrás de los carteles callejeros de los anunciantes o distintos personajes se embadurnan de crema humectante mientras toman cerveza, en muchos países el «product placement» es objeto de críticas, y hasta está prohibido expresamente por ley, como en Alemania.
Con el chivo muchas veces los guionistas deben escribir situaciones que favorezcan la inserción de mensajes comerciales. Pero hay otros casos donde es al revés: ¿qué pasa si el argumento de un programa demanda la mención de un producto? Otro cómico, con un estilo muy diferente del de Alberto Olmedo, tuvo ese problema. En su show, Jerry Seinfeld nombraba permanentemente marcas, totalmente integradas a la ficción (a punto tal de que algunos productos eran la base del episodio) sin cobrar un centavo. ¿Por qué lo hacía? Realismo. Los escritores de Seinfeld preferían productos verdaderos porque «en la comedia, cuanto más específico, más gracioso». A tal punto llegó el fenómeno, que muchas marcas preferían ser tratadas burlonamente antes que ser ignoradas por los cuatro personajes de la sitcom.
¿Cuál es el futuro? Basta con ver las últimas producciones hollywoodenses («Inspector Gadget» es una de las más escandalosas) para intuir la tendencia.
En Internet, en tanto, se dio un nuevo paso en la sofisticación chivera: una serie hecha especialmente para la web, llamada Hollywood Reality. En ese sitio se pueden seguir las peripecias de un grupo de atractivos adolescentes, con problemas del calibre de los personajes de «Beverly Hills 90210». El espectador mira cada semana su capítulo a través de la web y cuando ve en su monitor algo que le gusta, como los lentes o la remera del protagonista, presiona pausa, hace click en el objeto con el mouse y… ¡ya lo ha comprado! Gratificación instantánea. «Entetenimiento interactivo con comercio electrónico incorporado», define Jeff Haber, el cerebro detrás de la idea. Sus detractores dicen que destruyó definitivamente la línea que separaba al contenido de la publicidad. Él se defiende diciendo que es todo lo contrario: la publicidad desaparece del todo ya que, quien no quiera comprar nada, puede ver todo el programa sin hacer un solo click y, por lo tanto, sin ver un solo aviso.
Un consejo final para publicistas: hagan un curso de guión.
Un consejo final para escritores: estudien publicidad.
Culicidad
Cuando creíamos que la ubicuidad publicitaria ya había cubierto todos los lugares que podía cubrir, nos anoticiamos de un nuevo espacio disponible.
Assvertisign (o la traducción que propongo, culicidad) podría definirse como «hombre-sandwich meets Adriana Brodsky». Consiste en una operación de marketing que saca provecho de las miradas masculinas más concentradas y devotas:
Esto no es una broma. Es una idea de Night Agency, una agencia de publicidad de New York. Ya fue utilizada en varios países (la foto de arriba es de una campaña italiana) y clientes de la talla de Kodak la usaron en ferias y convenciones:
El cliente que decida fijar su marca en la retina de los clientes siguiendo esta modalidad, puede incluir un logo, una dirección web o un mensaje breve (tampoco da para una solicitada).
Las modelos circulan por lugares públicos (no recomendamos testearla en las calles del conurbano bonaerense) y cada tanto se encorvan, dejando a la vista de todos el mensaje a transmitir, mientras exclaman un «¡miren esto!», «¡ey!» o el slogan de la compañía. Acá vemos a un camionero en Manhattan en plena lectura:
Por supuesto, también las mujeres son consumidoras (de productos y de culos). Y tampoco olvidemos al codiciado colectivo gay:
A pesar de lo promisorio de estas campañas publicitarias, las desaconsejamos para promocionar salchicas, laxantes o perfumes.
Lamentablemente no se trata de mí, sino de un tal markus007, que decidió revelar su secreto en el influyente foro Webmaster World.
Lo que me une con Markus también me une con miles de webmasters de todo el mundo: todos usamos Adsense, el sistema publicitario de Google para sitios web. Entonces, ¿por qué algunos ganan un par de de dólares por mes y este sujeto fue capaz de facturar 1/3 de millón en el mismo tiempo?