En el capítulo «El Marciano» de Crónicas Marcianas, Ray Bradbury cuenta la historia de los La Farge, una matrimonio al que se les muere su hijo Tom en el planeta Tierra y que vuelven a encontrarlo, resucitado, en Marte. La pareja lo acepta en su hogar, sin pedir demasiadas explicaciones. Todo va bien hasta que los Spaulding, también con una hija fallecida, la ven en el cuerpo de la misma persona. ¿Es Tom La Farge o es Lavinia Spaulding?
El señor La Farge interroga a su supuesto hijo reaparecido:
– ¡No serás realmente Lavinia Spaulding!
– No soy nadie; soy sólo yo mismo. No soy quizá la muchacha muerta, pero soy algo casi mejor, el ideal que ellos imaginaron.
La cosa se complica cuando un policía lo identifica con un criminal muy buscado y cada terrestre, en ese pueblo marciano, cree ver en esa persona a alguien diferente y familiar:
La fugitiva figura era todo para ellos, todas las identidades, todas las personas, todos los nombres. ¿Cuántos nombres diferentes se habían pronunciado en los últimos cinco minutos? ¿Cuántas caras diferentes, ninguna verdadera, se habían formado en la cara de Tom?
La esencia de nuestro jefe de Gobierno está en esa multiplicidad de rostros. Tinelli lo pondera en «Gente» porque fue su compañero en Badia y Compañía. Yo recuerdo cuando lo escuchaba en la Radio Belgrano de Divinsky en el programa «Medios & Comunicación» con sus compañeros Jorge Dorio, Martín Caparrós y Raúl Fernández. Telerman es de izquierda. Telerman es de derecha. Telerman es kirchnerista (/cafierista/menemista/ibarrista). Telerman enfrenta a Kirchner (/Cafiero/Menem/Ibarra). Telerman es gay. Telerman es afrancesado. Telerman es judío practicante y el candidato de la Iglesia. Telerman es comunista.
Se vende en la web un juego que se llama «Create a commie» (Cree un comunista). Con un lápiz/imán se puede construir a Marx, al Che, a Lenin o a Trotsky. Miren a quién se parece el modelo principal:
Telerman docente. Telerman dueño de «La trastienda». Telerman bloguer. Telerman melómano. Telerman cholulo…
En cada uno de sus inagotables afiches, cada grupo de pertenencia es interpelado por Telerman: los consumidores de paco, las víctimas de Cromañón, los judíos en Pesaj.
Su arriesgada movida de aliarse con la traviesa Carrió rompe con este esquema. Abiertamente se pone en una vereda y, en consecuencia, ya no pertenece a la otra. «No es ese el Telerman marciano», dicen los votantes, «queremos al kirchnerista antikirchner». Tal vez por eso la revista Debate afirme que Telerman «votará a Kirchner en octubre» (aunque en la entrevista apenas diga que «con Carrió tenemos un acuerdo a nivel local y hablamos de las cuestiones locales»). «La novedad es que voy a seguir haciendo lo mismo», dice, asustado de su jugada.
¿Quieren saber cómo sigue la historia de Bradbury?:
Y en todo el trayecto el perseguido y los perseguidores, el sueño y los soñadores, la presa y los perros de presa. En todo el trayecto la revelación repentina, el destello de unos ojos familiares, el grito de un viejo, viejo nombre, los recuerdos de otros tiempos, la muchedumbre cada vez mayor. Todos lanzándose hacia delante mientras, como una imagen reflejada en diez mil espejos, diez mil ojos, el sueño fugitivo viene y va, con una cara distinta para todos, los que le preceden, los que vienen detrás, los que todavía no se han encontrado con él, los aún invisibles.
Tom, mientras tanto, temblaba y se sacudía con violencia. Parecía enfermo. El grupo se cerró, exigiendo, alargando las manos, aferrándose a Tom.
Tom gritó.
Y ante los ojos de todos, comenzó a transformarse. Fue Tom, y James, y un tal Switchman, y un tal Butterfield; fue el alcalde del pueblo, y una muchacha, Judith; y un marido, William; y una esposa, Clarisse. Como cera fundida, tomaba la forma de todos los pensamientos. La gente gritó y se acercó a él, suplicando. Tom chilló, estirando las manos, y el rostro se le deshizo muchas veces.
-¡Tom! -gritó La Farge.
-¡Alicia! -llamó alguien.
-¡William!
Le retorcieron las manos y lo arrastraron de un lado a otro, hasta que al fin, con un último grito de terror, Tom cayó al suelo.
Quedó tendido sobre las piedras, como una cera fundida que se enfría lentamente, un rostro que era todos los rostros, un ojo azul, el otro amarillo; el pelo castaño, rojo, rubio, negro, una ceja espesa, la otra fina, una mano muy grande, la otra pequeña.
Nadie se movió. Se llevaron las manos a la boca. Se agacharon junto a él.
-Está muerto -dijo al fin una voz.
Empezó a llover.