(Última entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 137 de Periodismo.com de diciembre de 2009)
"Estimados colegas. Ni ustedes ni yo somos médicos. Pero estamos reunidos hoy en este Primer Congreso de Medicina Ciudadana porque nos interesa la salud y consideramos que no hace falta un título ni estudiar para curar a otra persona. Con las nuevas tecnologías, Wikipedia y un poco de práctica, cualquiera puede ser doctor. ¿O acaso cuando alguien se desmaya en plena calle el que lo ayuda es un doctor dipomado? No, es un ciudadano preocupado, casi siempre sin experiencia médica ni estudios en la materia. A hacer respiración boca a boca se aprende en diez minutos, no son necesarios cinco años de exámenes y una residencia ¿Para qué pagarle a un médico si en Google encontramos la respuesta gratis y en segundos?¿Por qué gastar una fortuna en una medicina prepaga si alguien en Twitter nos puede decir qué remedio tomar cuando nos duele algo? En pleno Siglo XXI hasta es posible diagnosticar una apendicits con el iPhone. Porque, digámoslo, los doctores no son infalibles: vean sino los cientos de casos por mala praxis que llegan todos los meses a los tribunales."
Este alocado discurso, que resulta ridículo si se habla de medicina, se repite todo el tiempo para referirse al llamado Periodismo Ciudadano, la mayor de las zonceras digitales. Confundir con periodismo al valioso aporte de material fotográfico o de video por parte de testigos de accidentes, catástrofes naturales o atentados es pretender igualar al que hace respiración boca a boca en la calle con un cardiólogo. Desmerecer la experiencia o los estudios de un periodista profesional porque con las nuevas herramientas cualquiera puede opinar ignora el resto de las prácticas que arrojan como producto una noticia, incluyendo el relevamiento de más de una fuente (cosa que casi nunca se hace en el periodismo ciudadano), el recabar y procesar información, la redacción inteligible y atractiva y, eventualmente pero no necesariamente, una opinión. Es probable que se respete más la opinión de un amigo de Facebook sobre una película que lo que escribe un crítico de cine, pero eso no transforma al primero en periodista. Y que haya malos periodistas y mal periodismo no invalida que haya excelentes periodistas y medios que apuesten al periodismo de calidad.
La cruel verdad es que, salvo excepciones como Ohmynews, los portales de periodismo ciudadano fracasan inexorablemente. Es que si existe un ciudadano capaz de cumplir eficientemente y en forma rutinaria con las prácticas periodísticas no es un periodista ciudadano, es un periodista. Cubrir episodios que no sean de nuestro interés, escribir con periodicidad y dedicarle el tiempo necesario a la tarea de reportero son obligaciones que el periodista ciudadano no está dispuesto a padecer, mal pago o trabajando gratis y generalmente con otra ocupación como modo de vida.
A pesar de la explosión de comunicadores amateurs, la agenda periodística todavía la siguen manejando los medios tradicionales, que acudirán deseosos de material a las redes sociales cuando suceda una noticia no programada. Le compran el múltiple choque al ciudadano no por su talento para mostrar una noticia, sino nada más que porque ellos no pudieron estar allí en ese momento.
Y después está el costado moral del asunto. En su nota "After Fort Hood, another example of how ‘citizen journalists’ can’t handle the truth", Paul Carr se lamenta por la cobertura en Twitter de la masacre de Fort Hood, donde los populares tuiteos de un testigo resultaron erróneos o violaron los códigos militares y de salud de EE.UU. (donde esta prohibido sacar fotos en un hospital). Carr argumenta que las redes sociales nos están transformando en egoístas inhumanos donde la mirada de un recital es a través de la pantalla de un celular aunque estemos allí, donde importa más que nos miren mirando que participar del acontecimiento ("¿para qué necesita el mundo dos centenas de fotos de la misma banda en el mismo escenario, todas tomadas a a vez desde casi el mismo ángulo?", se pregunta). Donde, frente a un accidente automovilístico, usamos nuestro teléfono, pero no para llamar al 911, sino para retratar a los autos destrozados. Reflejo de periodista ciudadano, voyeur mirando para sus voyeurs virtuales en lugar de involucrarse con su prójimo real. Desde esa perspectiva, hasta valdría más impulsar la medicina ciudadana que seguir alentando a su equivalente periodístico.
Diego Rottman