La utilidad del periodismo es difundir una información: iluminar algo. El periodismo -si todo va bien, si no se mojan las pilas- es como una linterna.
La inutilidad del periodismo, supongo, es que raramente puede modificar los efectos de una tragedia. O de una mala noticia. Y que mucha gente se mete al periodismo porque no sabe qué hacer con su vida.
Yo empecé a hacer periodismo porque quería vivir de lo que escribía: una forma práctica de poner en marcha una teoría romántica. Es decir: yo siempre supe que quería ser escritor. De ficciones. Pero difícil poder vivir de eso. Así que, digamos, me inscribí en esa ancestral y saludable tradición argentina que incluye a Borges, Arlt, Soriano, y siguen las firmas. Supongo que el periodismo viene a ser como el Dr. Jekyll (que trabaja con los materiales de lo verdadero) y la ficción como Mr. Hyde (que se nutre de lo irreal). Al principio no sentía conflicto alguno entre mis dos personalidades. Era como cambiarme de sombrero. Ahora -el tiempo pasa- cuesta más: es como cambiarse de traje de astronauta. Más broches, botones, cierre relámpago, escafandra, tanque de oxígeno. Y la gravedad de la noticia pesa más que la ingravidad de lo que uno imagina, claro. No sé, me gustaría descubrir, por una vez al menos, qué se siente al dedicar el 100% del tiempo de trabajo a una novela. Ya llegará, ya veremos…
No hay buen periodismo mal escrito.
No releo mis viejos artículos. Es más, ahora, en Barcelona, ni siquiera dispongo de todo ese material; dejé todo adentro de cajas, en la casa de un amigo. Todo eso, todos esos seudónimos en revistas de tarjeta de crédito… Cuando vivía en Buenos Aires, en ocasiones, abría alguna revista y releía algo y lo que más me interesaba era la repetición/adicción a ciertas palabras según un determinado momento de mi vida. Poco más. Más de una vez me han dicho que tendría que armar libros con todo ese material. No sé, no creo. Me lo reservo como distracción para la vejez, en todo caso. O que se hagan cargo mis nietos. O los nietos de otro.
Algo muy bueno, por definición, ya es un éxito.
En ocasiones recibo algún e-mail furibundo o algún e-mail agradecido. La verdad sea dicha: recibo más comentarios sobre lo que hago para España o México que sobre lo que hago para Argentina. Me parece que el lector argentino es más extremo: silencio absoluto o alarido. Al lector argentino es, también, al que más le cuesta darse cuenta de que emitir una opinión propia no tiene por qué ser una agresión personal hacia alguien que no se conoce. Así nos va.
Me considero incapaz de escribir un artículo sobre economía argentina. En realidad, podría hacerlo, pero qué sentido tiene.
Yo empecé a trabajar en los tiempos de la máquina de escribir mecánica así que la computadora primero y la internet después fueron recibidos como ascensos o una especie de premios al mérito, ja. Me preocupa más la figura del periodista que ha empezado disponiendo de internet y -lo he visto, leído, padecido- lo único que hace es traducir, practicar corte y confección y presentar como propio un trabajo sobre algo acerca de lo que no tiene la menor idea, como una película que no vió, un disco que no escuchó, un libro que no leyó. Es decir: internet puede ser un gran atajo pero también puede ser, muchas veces, hacer trampa.
De vez en cuando escribo críticas en Amazon. De vez en cuando me gusta sentirme parte de esa especie de hermandad global. Hay críticas muy buenas en Amazon y allí, supongo, escribe gente que no puede escribir en otra parte. Y que son lectores. Me parece una muy buena y saludable idea el concepto de crítica literaria a cargo de lectores críticos. Y es un lugar digno desde donde recomendar algo que a uno le gustó mucho o denunciar algo que no le gustó nada.
Como entrevistador aprendí que lo mejor es que te cuenten historias más que respuestas.
No sé si el periodismo tendría que cambiar la sociedad, ¿por qué esa obligación?… Está claro que hay momentos -lo del Caso Watergate, por ejemplo- cuando el periodismo es más que simple periodismo y reclama funciones y actúa a fondo porque nadie ha actuado a fondo y reclamado esas funciones. Y está muy bien que así sea. Por otra parte, a mí la idea del periodista super-star o el informador-mesías me molesta un poquito; me parece que siempre termina creyéndose que la información es él y no lo que él está contando. Y que sus adictos lo acompañan en este craso error. Pero tal vez lo mejor sería que llegara el momento en que el periodismo nos informara que la sociedad cambió. Sola. Y que nos explicara cómo y por qué. Y, por favor, que por fin cambió para bien.
Me parece que la literatura es íntima y el periodismo es público. Es decir: uno puede llegar a sentir que determinado libro fue escrito nada más que para uno; difícil sentir que un periódico es algo privado y a medida.
A medida que uno crece, se va aficionando a los noticieros. Cada vez más. Veo CNN -una especie de MTV de las noticias- para enterarme de los titulares y me indigno con el discurso patrio-patotero, rubio y dientudo de la Fox. Leo en red «Página/12» y el resto de los suplementos culturales de los otros diarios argentinos. Y el «New York Times». Compro, aquí, en Barcelona, todo los días «El País»: me gustan algunas firmas y extraño los artículos del recientemente fallecido patriarca de la crítica taurina. No sé nada sobre el tema, nunca fuí a una corrida; pero estaban tan bien escritas. Y me interesa mucho, como fenómeno, el periodismo rosa-amarillo. La única revista que compro sí o sí todos los meses es la británica «Uncut».
Lo que más me gusta de la Redacción de un diario es el bar de la esquina. Y lo que ocurre -esa extraña vibración- cuendo llega una de ESAS noticias.
De muy niño ya sabía que quería ser escritor cuando fuera más grande, y está claro que el tránsito de Rodolfo Walsh y García Márquez por mi casa me ayudó a comprender que la figura del escritor era algo cierto y verificable y no, apenas, ese fantasma que se esconde detrás de los libros.
El periodismo -como dicen los detectives- es una profesión difícil. Pero alguien tiene que practicarla.
(Entrevista: Diego Rottman para el Boletín de Periodismo.com Nº 56, de octubre de 2002)