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Blogonovelas, shmogonovelas

Cuando Internet ya acumula dos generaciones, a todo hype le corresponde su antecedente 1.0. Las blogonovelas, de las que habló Clarín este domingo -y de las que seguramente oiremos en los próximos días a propósito del lanzamiento del libro de Hernán Casciari-, tampoco son tan novedosas como se las quiere presentar. Esta nota de Ámbito Financiero, por ejemplo, salió antes que la de Clarín…

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10 años antes, para ser precisos.

Allí dice su autor M.Z. (Marcelo Zapata):

Jorge Bernárdez y Diego Rottman trabajaron durante dos años en la creación de una «historia novelada» de la revista «Satiricón» [..] Pero la peculiaridad de este libro, al que bautizaron «El círculo hermético» no reside únicamente en haber desempolvado a «Satiricón» del olvido; ni siquiera en el género híbrido con el que decidieron encarar el trabajo («una novela con protagonistas y hechos reales, no una investigación periodística más»), sino además en la forma en que están dándolo a conocer: capítulo a capítulo, semana tras semana, en Internet.

En «La historia de Satiricón como folletín de Internet», firmada por Marcelo Fernández Bittar para El Cronista el 6 de mayo del ’97 se la reconoce como la primera novela argentina publicada en Internet:

Primero titulado «El círculo hermético» y luego (por pedido de Blotta) «Vida de Averchenko», el libro se puede leer gratuitamente accediendo con una computadora y módem a la dirección electrónica
http://www.geocities.com/SoHo/Lofts/4142/ . Es el primer trabajo argentino de estas características y la investigación incluyó diálogos con más de treinta protagonistas, rompiendo así esa suerte de «círculo hermético» de complicidad y secreto que rodeaba los acontecimientos.

Y Franco Varise, el 14 de mayo de 1997, escribe en «La Nación»

Este proyecto, que más de una vez amenazó con naufragar, hoy recibe a cientos de tripulantes de la red seducidos por el humor político-social cáustico y absurdo que caracterizó a aquellas publicaciones.

La nota de Ámbito del 25/4/97 rescata la participación de los visitantes

Rottman añade que «el sistema también tiene otras virtudes, y es la posibilidad de conocer la opinión de nuestros lectores, quienes además de leer la obra pueden dejar de manera pública o confidencial su opinión, y recibir correspondencia electrónica. Un lector de España, por ejemplo, nos pidió el otro día que le aclaráramos algunos detalles, ciertos matices del libro que sólo un lector argentino puede entender».

Novela, publicada primero en Internet y luego transformada en libro, con periodicidad semanal y con comentarios de los lectores… ¿no es una blogonovela?

Así que ya saben editores de Ñ, Radar y otras publicaciones culturales afectas a los aniversarios: en marzo del año que viene, sea lo que fuere «Vida de Averchenko», cumple diez años.

Y no esperen que curre con los posts de este blog en un libro. Mex Urtizberea ya me ganó de mano.

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Indultemos a Bucay

¿Cómo se vuelve de un escándalo público? Esa es la pregunta más difícil de responder para un especialista en Relaciones Públicas. Las estrategias -parte arte, parte ciencia- no garantizan el éxito. Ante un mismo problema y una misma respuesta, el resultado puede ser diferente.

McDonald’s fue acusada en todos los medios de envenenar chicos y ahora podemos ver sus peloteros repletos de nenes con el chiche de la cajita feliz que se acabaron de comer. A Mirtha Legrand y a Mariano Grondona los denunciaron por cobrarle a sus invitados, pero ya nadie parece acordarse de esos episodios. Sin embargo Mario Socolinsky, Ferriols y hasta la pobre María Amuchástegui todavía cargan en sus espaldas los cargos de los que fueron objeto.

En octubre de 2005 Jorge Bucay fue acusado de plagiar para su libro Shimriti casi textualmente ¡60 páginas! (de un total de 270) de «La sabiduría recobrada», de Mónica Cavallé. Y aunque el analista de Tinelli primero lo desmintió, terminó arreglando con Cavallé una compensación económica, tuvo que renunciar a su columna de Viva y Shimriti fue retirado de circulación.

No leí ningún libro de Bucay. Tampoco fui televidente de su programa «El buscador». Alguna vez ví sus columnas en Viva y El País y me parecieron pueriles y obvias. Su accionar con Shimriti no se puede defender (ni siquiera él pudo).

(Lo que nunca entendí es por qué todos aquellos «autoayudados» por Bucay le dieron la espalda.)

Pero así como todo escándalo es inmune a los discursos del implicado (y hasta a las decisiones de la Justicia), los hechos, junto con el tiempo, suelen ser una fórmula eficaz. Por más que McDonald’s emitiera comunicados, nada tuvo tanta fuerza como Hadad comiédose una hamburguesa de pollo en cámara (¿alguien sabe cuánto cobró por ese favor?).

Ahora, casi como un símbolo, cuando se cumple justo un año de la acusación, Bucay les tapó la boca a sus detractores ganando en España un premio literario de 360.000 euros. Ningún discurso, ni a favor ni en contra de Bucay, tiene tanta fuerza como este hecho. Que insinúa que tan mal escritor no era. Y que también es alguien idóneo para ayudar a otras personas, al demostrar en carne propia que conoce la forma de levantarse después de caer en el pozo más profundo.

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Muy interesante

A los 16 años escribí una carta a la revista «Muy interesante». Acababa de aparecer la versión argentina y algo torpemente me ofrecía para colaborar. Yo ya venía comprando la original española así que la conocía bien. Si hasta propuse una nota donde escribiría sobre el Barón de Münchhausen como precursor de Tomás Alva Edison en la invención del fonógrafo. Nunca me respondieron.

Unos años más tarde colaboré regularmente en «Enciclopedia Popular Magazine», el experimento de Oskar Blotta (h) para competir en ese segmento. Estaba a cargo de la publicación Jorge Novoa y nos decía que pensáramos en lectores de menos de 15 años y de más de 50: «en el medio la gente está demasiado ocupada con su vida para leer estas boludeces», razonaba.

Hace rato que no compro estas revistas (soy mayor de 15 y menor de 50) pero miro las tapas en los kioscos. Enciclopedia Popular Magazine hace rato que dejó de existir, acaba de cerrar Neo y Muy Interesante atraviesa los años inmutable. Aunque, en realidad, nada puede atravesar los años inmutable. Estas son las últimas dos tapas de Muy interesante:

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Setiembre de 2006

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Octubre de 2006

Aquel que encuentre que una tapa dedicada a la salud femenina (pero ilustrada con una mina en pelotas) y una dedicada al erotismo con una señorita (¿o un travesti?) introduciéndose una banana en la boca tienen algo en común, definitivamente tiene la mente podrida.

Manuel García Ferré, el editor de la revista en Argentina, y creador de los blanquísimos (pese a lo que insinuaron Los Vergara) Anteojito, Hijitus, Petete y Calculín debería pedir consejos a Luis Ventura para esta «Paparazzi» para menores de 12 que compran una revista «de divulgación científica» para ojear en el baño. Desde aquí, algunas sugerencias:

  • Tapa de noviembre: un stripper de Golden ilustra la nota «La vida íntima del Hombre de Neanderthal».
  • Tapa de diciembre: Nazarena Vélez desnuda para denunciar «Los peligros de la anorexia».
  • Tapa de enero: comparten la portada (en bolas, por supuesto) Belén Francese y Karina Jelinek. ¿La nota? «Cuando fallan los Tests de Inteligencia».

¡A ver si ahora sí me aprueban el sumario!

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Zappling (zapping x sampling)

Escrito en junio de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 40

No es casual que los dos verbos que mejor han definido y representado este final/principio de milenio sean dos verbos nuevos, coincidan en su origen tecnológico y signifiquen más o menos lo mismo aunque de maneras diferentes. Es una nueva era, en el principio eran los verbos y los verbos eran clonar y samplear. Los dos se ocupan de crear algo nuevo a partir de algo existente. El primero a partir de lo genético; el segundo, siguiendo postulados electrónicos.

Hasta hace poco, el consumidor promedio no tenía acceso a herramientas que le permitieran tomar elementos de la cultura de masas y reconvertirlos en algo propio: un fanzine, una película en Super 8 o una grabación electrónica. Eso llegó con el desembarco en el mercado de los scanners, las fotocopiadoras y los programas de computación: bienes de consumo accesibles que convirtieron las leyes de derecho de autor y marca registrada en un problema para los artistas independientes dispuestos a llevar adelante sus propias ediciones, páginas en internet y grabaciones.

El abaratamiento tecnológico y la aparición de instrumentos cada vez más perfectos provocarán -se dice- que la recreación prime sobre la creación. Serán las máquinas las que generen los productos artísticos. Dentro de esta tendencia se distingue la escuela inglesa, que desde los tiempos de la psicodelia ha concebido al estudio de grabación como un instrumento. Esta corriente, donde abundan más los disc-jockeys que los instrumentistas, hace realidad un viejo sueño punk: cualquiera, sin conocimientos previos, puede hacer música.

Entre otras cuestiones, la llegada de las tecnologías digitales y especialmente el uso que se ha hecho del sampler -recordemos que esta máquina permite la obtención de muestras de sonidos de otros discos y la posibilidad de utilizarlas para crear con ellas nuevos textos- ha terminado forzando a la industria musical y a la profesión legal a preguntarse acerca de quién es el propietario de un sonido (si es que existe) y, como extensión lógica de esta pregunta, si es posible adscribir la propiedad intelectual de un sonido.

El usuario entusiasta hace uso indiscriminado y libre de todo lo que encuentra en Internet. La interactividad es una de las reglas del juego. El hipertexto, el nuevo producto. Conceptos clásicos como los derechos de autor o la propiedad intelectual se están viendo sometidos a la necesidad de una redefinición. Lo que se vulnera o lo que exige tal vez una reconsideración es lo que hasta ahora hemos llamado el derecho moral sobre una obra, o propiedad intelectual, que con estas innovaciones adquiere nuevas formas: es difícil sostener de quién es la autoría y si la obra es alterada, utilizada en contra de los deseos o intereses de algunos de los autores, o tergiversada.

Pero creo que el problema es mas de raíz: lo digital no se considera «propiedad» de nadie. Se acepta socialmente que no es de nadie. Pero la apropiación indebida de lo intangible no está tan moralmente penalizada como la apropiación de lo tangible. Puede que sea una cuestión de evolución social: hasta ahora hemos vivido en un mundo de bienes físicos y hemos tenido que desarrollar un sistema de protección de la propiedad física para mantener la viabilidad de nuestras sociedades.

El término propiedad intelectual es contradictorio. La razón por la que tenemos el copyright es porque estamos tratando con contenedores en los que introducimos información. Desde Gutemberg, la única forma de hacer portátil la información era ponerla en un objeto físico que pudiera ser vendido. Es el mismo modelo económico que una tostadora o cualquier objeto físico. Quitale el envoltorio y se acabó el modelo económico. Cuando tomás mi idea, la tenés, yo sigo teniéndola, ambos la tenemos. Ha aumentado su valor para vos y para mí.
Y esto no es cierto para un tostadora.

¿Diego Rottman?

IMPORTANTE:

El primer párrafo se tomó del artículo «Corte y confección», de Rodrigo Fresán. Suplemento «Radar». 27 de mayo de 2001.

El segundo párrafo se tomó del libro «No Logo», de Naomi Klein. Picador USA. Diciembre de 2000.

El tercer párrafo se tomó del artículo «PRO.MU.», de Eduardo Berti. «Pagina/12», 31 de diciembre de 1989.

El cuarto párrafo se tomó del artículo «Entre la autenticidad y la impostura: música popular y nuevas tecnologías», de Joan Elies Adell Pitarch.

El quinto párrafo se tomó del artículo «Las ‘autopistas de la información’ quiebran el concepto clásico de propiedad intelectual», de Fietta Jarque. «El País», 4 de enero de 1997

El sexto párrafo se tomó del artículo «El problema de la propiedad intelectual es que no la percibimos como propiedad», de Alfons Cornella

El séptimo párrafo se tomó del reportaje a John Perry Barlow en el MetaForum II, Budapest, October 1995

El título y la firma son propiedad de Diego Rottman – Prohibida su reproducción total o parcial.

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Cds, Napster o la gorra

Escrito en febrero de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 36

En el número actual de la revista Double Take, el humorista Ian Frazier describe su trabajo haciendo Relaciones Públicas para los pájaros más odiados: los cuervos. En su divertido artículo cuenta que sus clientes lo contrataron para revertir la mala imagen pública que tienen en la sociedad. Frazier trata de convencernos de que, contra lo que podría parecer, los cuervos son simpáticos, amables y musicales.

Con menos gracia pero con la misma dificultad, los responsables de Napster tratan de convencer a sus casi 60 millones de usuarios de las bondades de pagar por la música que hasta ahora descargaban gratis. Para quienes esquivaron el tema hasta hoy, Napster es un software que permite realizar búsquedas de temas musicales y «bajarlos» sin ningún costo. Si se tiene en cuenta que, por ejemplo, los usuarios españoles del programa descargaron 115 millones de minutos de música a través de Napster, no hacen falta muchos argumentos más para explicar la ira de las discográficas ante el nuevo escenario.

Y mientras las productoras y distribuidoras de música destrozan a Napster en los tribunales, la compañía, que antes era la bandera de la música libre en la Red, se pone a sus usuarios en contra al decidir cobrar para bajar temas. En la nueva política de Napster juega un rol importante BMG, su nuevo aliado, uno de los cinco sellos más importantes del mundo.

Los argumentos de Napster para convertir a los usuarios en clientes son difíciles de transmitir, si se tiene en cuenta que una reciente investigación de TNS Intersearch muestra que el 65% de los adultos norteamericanos cree que bajar música gratis de Internet es una actividad que se incrementará en el futuro y un 59% cree que no hay nada malo en ello y que «probablemente lo haría».

Programas más sofisticados como Gnutella y Freenet mantienen las banderas de la música gratuita. Gene Kan, uno de los desarrolladores de Gnutella proclama: «Gnutella no es una compañía, es un movimiento». Y aquí las discográficas tienen poco para hacer: estos dos programas, a diferencia de Napster que centraliza toda la información en un único servidor, funcionan con el sistema descentralizado «Peer to Peer» (P2P, de igual a igual) donde cada usuario puede intercambiar información con el resto sin un control central que los regule.

Los usuarios más politizados toman a estos programas como herramientas libertarias contra las discográficas que «encarecen artificialmente los precios de los discos» y se encogen de hombros, «la industria está esquilmando a los músicos al darles sólo una pequeña porción de las ventas», argumentan. Panfletos aparte, la crítica contra las discográficas a la hora de descargar música on line suena lógica, si se tiene en cuenta que sus funciones principales desaparecen: no selecciona un catálogo, ya que cualquiera puede poner sus trabajos en la Red; el costo de distribución recae en el usuario, quien al descargar los temas gasta su tiempo, y en muchos casos el tiempo de su abono a Internet y ancho de banda; no hay un soporte (el CD o cassette) ni un packaging (la caja) ni tapa (con lo que implica en costo para el arte de tapa, el papel y la impresión); en Napster tampoco hay vendedores, con lo que el costo para las casas de discos tampoco existe.

Pero el problema con los sistemas P2P es que, a cambio de un tema gratuito, el usuario no sólo se burla de las discográficas, sino que también traiciona a sus artistas favoritos, que no ven un centavo en toda la operación. «Si el requisito para que alguien sea un fan es que yo tenga que darle mi música gratis, bueno, yo no quiero tenerlo de fan», protesta Lars Ulrich, baterista de Metallica y demandante en la causa contra Napster.

¿Entonces las opciones son pagarle $20 a las discográficas o piratear música? En FairTunes encontraron otra alternativa. Este programa todavía bastante poco conocido nos ofrece bajar música, escucharla y, según lo que nos haya parecido, pagarle directamente al artista. Considerando que un artista recibe entre uno y dos dólares por cada CD vendido en el circuito tradicional, pagar esa cantidad a través de Fair Tunes dejaría contentos a músicos y consumidores (seguramente los sellos no descorcharán champagne).

Y aunque suene original para el mundo virtual, esta nueva propuesta tiene poco de novedoso: ¿o acaso no es una versión tecnológica de la clásica gorra que pasan los artistas callejeros al finalizar su espectáculo?

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Llega la autoayuda políticamente incorrecta

Escrito en febrero de 2001 para el Boletín de Periodismo.com Nº 36

«Paradójicamente, la autoayuda no es algo que se pueda aprender solo. Hay libros, por ahí, que dicen lo que hacer. Pero no les hagais caso, porque son libros de autoayuda, pero de autoayuda sólo para el autor. Las técnicas de autoayuda que proponen esos libros son falsas, son para que el lector se perjudique y es lógico, porque uno cuando jode a los demás siempre mejora un poquito; aunque sea por la posicion relativa en que queda con respecto a ellos.»
Leo Masliah

La autoayuda tradicional no es para todos. Louise Hay puede ser un best seller, pero siempre habrá un sector que se mofará de sus enseñanzas. 23 millones de personas leyeron los libros de Paulo Coelho, pero tal vez tenga un número igual de detractores.

Los emprendedores más perspicaces notaron este nicho y lentamente crearon un mercado para los escépticos, que no es que no tengan preguntas, sino que no les interesan las respuestas de los popes del «sentirse bien con uno mismo».

Ahora los intelectuales pueden comprar libros, señaladores y calendarios. Los empleados del sector tecnológico también tienen un merchandising y un gurú. Los estudiantes rebeldes ya saben adónde acudir en busca de respuestas. Las lectoras que no se identificaban con «Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus», se permiten devorar las historietas de Maitena o mirar «Sex and the City». Llegó la autoayuda políticamente incorrecta.

Scott Adams fue un pionero en la materia. En su historieta Dilbert muestra a jefes incompetentes y a ingenieros talentosos pero incomprendidos. El personaje se convierte así en el abanderado de los oficinistas del mundo. Primero dibujó una tira cómica que llega a 60 millones de lectores y luego amplió sus conceptos en varios libros. No aconseja, muestra. No critica, se burla. «El truco es que los jefes creen que me río de otros», dice Scott Adams, que de humorista se convirtió en un gurú que da charlas a empresarios de todo el planeta.

Norman Solomon escribió «The Trouble With Dilbert», un libro donde cuestiona ideológicamente al personaje, ya que siempre parodia al jefe inmediato e ignora a los verdaderos mentores de la política corporativa. «Dilbert se ha convertido en un personaje esquizoide», dice, «la querida mascota de los trabajadores oprimidos, a la vez que una herramienta de márketing utilizada por las empresas que los oprimen».

En Internet hay muchos sitios de terapia grupal para los autoayudados políticamente incorrectos. El desaparecido «Disgruntled», o los más recientes «My boss sucks» o «Job Hater» alientan la catarsis, pero reemplazan el tono monocorde de las consignas new age por las anécdotas divertidas y la parodia ácida, más digestiva para el profesional racional.

Aunque sea uno de los líderes de este nuevo movimiento, su nombre es poco conocido. Se trata del Dr. E.L. Kersten. Hace unos años, Kersten y sus compañeros de trabajo en una empresa de acceso a Internet en Dallas, vivían sometidos a las típicas presiones de las compañías de la nueva economía, dudando si conservarían su puesto y estresados por no poder cumplir con las metas asignadas. Un dia recibieron un poster motivacional, con la frase «El éxito es un viaje, no un destino». El texto, lejos de ayudarlos, les sonó a una burla terriblemente inoportuna y pergeñaron posters con situaciones inversas, que llamaron «demotivators» (desmotivadores). Con la ayuda de una impresora láser y fotos de un banco de imágenes armaron rudimentarios posters como uno, en el que se ve a un atleta agarrándose de la cabeza. El titulo es «Fracaso: cuando lo mejor que usted puede hacer no alcanza». O aquel en el que, bajo una foto de la Torre de Pisa, el epígrafe reza «Mediocridad: toma mucho menos tiempo y la mayoría de la gente no notará la diferencia hasta que sea demasiado tarde».

El boca a boca comenzó cuando otros empleados vieron los posters que Kersten y sus amigos habían colgado en sus cubículos y les encargaron copias para ellos. Y cuando los demotivators comenzaron a circular por correo electrónico, el marketing viral hizo lo suyo y la difusión fue feroz. Así nació Despair, Inc., la empresa de Kersten, cuyo logotipo es el simbolo «:-(«, que registró como marca en la Oficina de Patentes norteamericana.

Kersten vende su «autoayuda cínica» en forma de posters, calendarios o postales. En lugar de entronar al Éxito, la Excelencia o la Determinación, los productos de Despair, consagran la Adversidad, la Incompetencia o la Pereza. Su público está formado por estudiantes adolescentes y jovenes, docentes, oficinistas y la nueva camada de pesimistas, los empleados de las puntocoms, lo que le viene maravillosamente, ya que Despair, Inc. basa sus operaciones casi exclusivamente en las ventas que hace a través de la web.

Próximamente veremos surgir más emprendimientos para los escépticos necesitados de identificación, por lo que la competencia con los autoayudadores historicos será fuerte.

Mientras tanto, para los que todavía no decidieron en que bando encolumnarse, Leo Masliah, el gurú oriental, les da la fórmula para tener éxito en la vida:

«Para tener realmente éxito en la vida, hay que seguir tres reglas (o cuatro, ya que ésta también lo es):

a) no regirse por más de dos reglas.

b) no obedecer otra regla que ésta.

c) atenerse a esta tercera regla sólo en los casos en que uno haya metido demasiado la pata en la aplicación de las otras».

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Palabras sobre Tibor Kalman

Escrito en marzo de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 25

La Humanidad solía producir dos o tres genios por siglo. Ahora nos da media docena por mes. Los periodistas Franz Lidz y Steve Rushin partieron de esa consigna para analizar el tratamiento leve que los medios le dan a la palabra.

La revista Esquire decidió que su número de noviembre iba a estar dedicado a los genios, aquellos hombres y mujeres que «transformaron nuestra civilización», incluyendo al jugador de la NBA Allen Iverson y al brillante Leonardo (no Da Vinci, sino Di Caprio). Hoy, todos y sus perros son genios (literalmente, ya que se ha editado el libro «Caninenstein, despertando el genio en su perro»).

Para Lidz y Rushin esta inflación se ve mejor en el cine de humor. Se tomaron el trabajo de revisar la prensa norteamericana en busca de «comic genius». Así, el «comic genius» Jim Carrey (según Time Magazine) interpreta al «comic genius» Andy Kaufman (según The New Yorker) en «Man on the Moon». El protagonista y escritor de «El director chiflado» el «comic genius» Steve Martin (según The Washington Post) fue poderosamente complementado por el «comic genius» Eddie Murphy (USA Today). El ventrílocuo maligno de «Cradle Will Rock» interpretado por el «comic genius» Bill Murray (según The New York Observer) rivalizaba en los multicines con el científico maligno de «Austin Powers 2» interpretado por el «comic genius» Mike Myers (según el Chicago Sun-Times). Con tanto derroche de excelencia, ¿qué queda para cuando aparezca un verdadero genio?

Alejado de la prensa «mainstream» pocos periodistas calificarían de genio a Tibor Kalman, no por falta de méritos, sino porque nunca oyeron hablar de él. Seguramente las revistas para las que trabajan utilizan como clichés los diseños que impuso a traves de su estudio M&CO. Pero aunque diseñó desde tapas de discos hasta relojes, Tibor Kalman era mas que un diseñador gráfico. Urbanista (rediseñó Times Square), periodista (dirigió «Colors», la mejor revista del mundo), curador (Whitney Museum), pero ante todo un provocador que uso siempre su trabajo para mostrar hechos y cosas que otros no habían visto con tanta profundidad o no habían tomado tan en serio.

Nacido en Budapest en 1949 vivió casi toda su vida en Nueva York, lo que no significa que se haya quedado quieto. «Tan pronto como aprendas, muevete», solía decir y ahí está la explicación de la diversidad en su vida. «Nietzche ha escrito que una persona se mueve de A hacia B porque sabe bien que no quiere estar en A, no necesariamente porque B sea el destino deseado. Una vez que Tibor comienza a sospechar que A es un buen lugar para estar, inmediatamente tiene que irse», contó alguna vez Leonard Riggio, el primer jefe de Kalman.

Como diseñador siempre criticó a sus colegas por el divismo («El diseño grafico es un medio, no un fin. Un lenguaje, no un contenido») y por la falta de compromiso («en el diseño corporativo no hay diferencias entre un contador, un abogado y un diseñador gráfico: todos trabajan para que la corporacion se vea bien»).

En 1990 lo convoca otro provocador, Oliviero Toscani para que transforme en revista los códigos de las campañas de Benetton. Surge «Colors», donde volcaría todos sus saberes durante 13 numeros monográficos en los que cambiaría el modo de hacer periodismo hablando de temas como el sida, la religión, los viajes, el paraíso o la calle.

Humor, estética, información y denuncia son los elementos que predominan en esta revista antropológica de la cultura contemporánea, que mira donde el resto de los medios no quieren o no les interesa mirar. «El principal problema en el mundo es el racismo», declaró en un reportaje, «racismo en el sentido de que cuando mueren 10.000 personas en una inundación en México, la noticia termina en la página 17. Eso es racismo, la falta de respeto, conciencia o interés en el modo en el que viven otras culturas y lo que es importante para ellas».

La revista mantiene su esencia, pero Kalman se alejó del proyecto en el ’95, peleado con Toscani y aquejado por un linfoma que lo tuvo a mal traer hasta su muerte en Puerto Rico el 2 de mayo pasado (N de la R: de 1999).

Sus últimos días trató de pasarlos trabajando en proyectos disfrutables: «trato de aprovechar bien el tiempo. No digiero bien a los tontos, sean empleados o clientes. Los únicos tontos que padezco son mis amigos, y muchos de ellos ni siquiera son tontos, así que estoy bien».

Algunas de sus frases sirven para pintar una personalidad: «Todo es un experimento»; «Las reglas son buenas. Rómpelas»; «Los errores y los malos entendidos son el origen de ideas frescas»; «Estoy interesado en las imperfecciones, en la locura, en la excentricidad, en lo impredecible»; «Si nadie odia algo que haces, tampoco nadie lo amará».

Pero como hace la prensa cuando busca resumir en una sola etiqueta a un grupo de actores que hace reir, para Tibor Kalman las palabras no alcanzan, hay que ver sus trabajos para entenderlo. En este sentido, nadie mejor que el para explicar esa idea: su despedida de la revista Colors no tiene palabras. Lejos de irse en silencio, las 359 imagenes de ese número son el mejor ejemplo de cómo se puede decir sin usar letras. Y de cómo, muchas veces, las palabras no dicen nada.

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No le digan chivo, que se ofende

Escrito en febrero de 2000 para el Boletín de Periodismo.com Nº 24

Los que conocieron al chivo cuando era chico ya casi no lo pueden reconocer. Y no hablamos de la cría de la cabra, sino del recurso que se utiliza para mencionar, mostrar o consumir un producto comercial incorporado a un espacio periodístico o de ficción.

En sus orígenes, el chivo era algo clandestino, informal, y las agencias de publicidad no lo avalaban. Uno de los pioneros de la publicidad subliminal fue el cómico Alberto Olmedo. Su compañero Javier Portales recuerda que las menciones de marcas dentro de los sketches más que acuerdos comerciales «eran favores hacia los amigos, por ejemplo al restorán donde parábamos. O como el clásico ‘¿Me llamaban? Sa voy’ por la bodega donde nosotros solíamos comprar vinos. Lo importante era qué hacía Olmedo con ello. Me acuerdo, una vez, aparecieron unas tapas de empanadas y el Negro se deliró y empezó a tirar tapas por todos lados. En otra ocasión, trajo un colchón al sketch de Los Periodistas. Él se acuesta y de repente me dice: ‘Venga Alvarez, pruebelo’. Y terminamos acostados los dos sobre el colchón. Todo era delirante, terriblemente gracioso».

Con el tiempo, el público, al principio reticente y hasta molesto con la idea, se fue acostumbrando a los chivos hasta terminar aceptándolos. Un estudio de noviembre del ’99 realizado por la agencia Lautrec, que analizó la relacion de los argentinos con la publicidad, destacó el buen desempeño de los chivos, y agregó que «funcionan mejor los que estan más integrados al programa» (sería tema de otra nota lo que pasa o pasaría en un noticiero con esta premisa).

Lo cierto es que el chivo está cambiado. Los publicistas le dan la bienvenida, los canales tienen departamentos especialmente dedicados a este género, las productoras independientes basan su crecimiento en estos ingresos y recientemente la Asociacion Argentina de Agencias de Publicidad decidió incorporarlo en sus estadísticas oficiales. No es para menos: un diez por ciento de la inversión publicitaria nacional se destina al chivo que, con semejante ascenso social, tenía que cambiar su imagen. Ahora se llama P.N.T. o «Publicidad No Tradicional».

Y mientras aquí las agencias pagan para que se parodien sus avisos, los movileros se paran detrás de los carteles callejeros de los anunciantes o distintos personajes se embadurnan de crema humectante mientras toman cerveza, en muchos países el «product placement» es objeto de críticas, y hasta está prohibido expresamente por ley, como en Alemania.

Con el chivo muchas veces los guionistas deben escribir situaciones que favorezcan la inserción de mensajes comerciales. Pero hay otros casos donde es al revés: ¿qué pasa si el argumento de un programa demanda la mención de un producto? Otro cómico, con un estilo muy diferente del de Alberto Olmedo, tuvo ese problema. En su show, Jerry Seinfeld nombraba permanentemente marcas, totalmente integradas a la ficción (a punto tal de que algunos productos eran la base del episodio) sin cobrar un centavo. ¿Por qué lo hacía? Realismo. Los escritores de Seinfeld preferían productos verdaderos porque «en la comedia, cuanto más específico, más gracioso». A tal punto llegó el fenómeno, que muchas marcas preferían ser tratadas burlonamente antes que ser ignoradas por los cuatro personajes de la sitcom.

¿Cuál es el futuro? Basta con ver las últimas producciones hollywoodenses («Inspector Gadget» es una de las más escandalosas) para intuir la tendencia.

En Internet, en tanto, se dio un nuevo paso en la sofisticación chivera: una serie hecha especialmente para la web, llamada Hollywood Reality. En ese sitio se pueden seguir las peripecias de un grupo de atractivos adolescentes, con problemas del calibre de los personajes de «Beverly Hills 90210». El espectador mira cada semana su capítulo a través de la web y cuando ve en su monitor algo que le gusta, como los lentes o la remera del protagonista, presiona pausa, hace click en el objeto con el mouse y… ¡ya lo ha comprado! Gratificación instantánea. «Entetenimiento interactivo con comercio electrónico incorporado», define Jeff Haber, el cerebro detrás de la idea. Sus detractores dicen que destruyó definitivamente la línea que separaba al contenido de la publicidad. Él se defiende diciendo que es todo lo contrario: la publicidad desaparece del todo ya que, quien no quiera comprar nada, puede ver todo el programa sin hacer un solo click y, por lo tanto, sin ver un solo aviso.

Un consejo final para publicistas: hagan un curso de guión.

Un consejo final para escritores: estudien publicidad.

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El tiempo real según Andy Warhol, Jack Bauer y Azuil2

Entre 1963 y 1968 Andy Warhol realizó más de 60 películas.

Sleep muestra durante cinco horas a John Giorno durmiendo.

En otra de sus películas, Blow Job, sólo se ve la cara de Tom Baker recibiendo sexo oral de Willard Maas. Previsiblemente es más corta: dura 35 minutos.

Dudo de que mucha gente haya visto Empire (al menos completa): ocho horas de una panorámica del Empire State Building.

Este empecinado homenaje al tiempo real en un medio que desde Eisenstein se define por la edición (y la elisión) desafía no sólo estas reglas, sino que se coloca en la frontera de la ficción/no ficción y privilegia los tiempos del proceso narrado (la verdadera acción) por sobre los tiempos del espectador.

En Chelsea Girls, de 1966, Warhol sube la apuesta: consiste en dos películas de 16mm proyectadas simultáneamente una al lado de la otra. Los proyeccionistas debían elegir cómo combinar las películas, qué banda sonora dejaban activa y cuál muda y cuándo, transformándose de algún modo en coautores de una obra mutante.

35 años más tarde, estos dos conceptos, el de tiempo real y el de proyección paralela de dos acciones, son reprocesados por Joel Surnow y Robert Cochran en la serie 24. Cada temporada son 24 episodios de una hora que representan cada hora del día en la vida del agente Jack Bauer. Paralelamente vamos siguiendo las historias de los personajes secundarios.

5 años más tarde (hace tres días) un ignoto usuario de YouTube llamado Azuil2 subió un video de casi 8 minutos llamado «Watching ’24’ while eating» («Mirando ’24’ mientras como»):

Como en un sistema de cajas chinas, nosotros miramos en tiempo real a Azuil2, que a su vez mira a Jack Bauer. Pero hay una diferencia. En las primeras películas, Warhol (paradójicamente el rey del ego) trataba de que el artificio fuera lo más invisible posible: nosotros mirando el Empire State como si estuviéramos ahí. En el otro extremo, el casi anónimo Azuil2 usa al artificio como un muro: nunca llegamos a ver 24, solamente escuchamos algunos sonidos que nos permiten inferir que él está viendo 24. Aquí Azuil2 es el verdadero protagonista.

Azuil2 podrá ser un genio o un boludo, pero seguramente este video hogareño puede ayudarnos a pensar cómo se filma hoy: algo le pasa al cine cuando el director, en lugar de ponerse tras la cámara, aparece delante de la lente y se olvida que lo que tenía que filmar era otra cosa diferente de él mismo.

No queremos que el director nos mire, queremos mirar a través de él.

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Wikipedia según Wikipedia

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Enfervorizados académicos, periodistas y bloguers se trenzan desde hace un tiempo en un debate, sino violento (no los imagino en el programa de Mauro Viale o agarrándose a trompadas a la salida de la Biblioteca Nacional), que al menos despierta pasiones encontradas.

Wikipedia es el tema de la polémica, una enciclopedia escrita por usuarios de Internet y en permanente crecimiento y modificación. La gama de las argumentaciones que saludan o condenan la experiencia es muy amplia. Vayan algunos ejemplos:

En una punta, Timothy Garton Ash la toma como modelo de creación colectiva de conocimiento:

[El modelo de Wikipedia] se basaría en lo que James Surowiecki denomina «la sabiduría de las multitudes». Como mínimo, pondría a prueba la hipótesis -que Wikipedia parece confirmar- de que existe una comunidad de cibernautas voluntarios interesados por la precisión y la calidad del debate, capaces de distinguir entre las cosas sensatas y las tonterías

En una postura crítica, Umberto Eco rescata sus virtudes

Cuando he tenido la ocasión de consultarla sobre argumentos que conocía (para controlar una fecha o el título de un libro), la he encontrado siempre bastante bien hecha y bien informada.

Cualquiera puede corregir un artículo que considera equivocado. Hice la prueba con el artículo que me concierne: contenía un dato biográfico impreciso, lo corregí y desde entonces el artículo ya no contiene ese error.

pero también hace foco en la falta de rigurosidad

Claro que eso de estar abierta a la colaboración de cualquiera presenta sus riesgos, y ha sucedido que a algunas personas se les atribuyera cosas que no han hecho e incluso acciones reprobables. Naturalmente, protestaron y el artículo se corrigió.

Cualquiera, el día de mañana, podría intervenir otra vez sobre el artículo que corregí y atribuirme (por espíritu de burla, por maldad, por estupidez) lo contrario de lo que he dicho o hecho.

En el extremo más pesimista, Julio Orione, editor jefe del suplemento Informática del diario Clarín cree que la experiencia de Wikipedia será derrotada a la larga por la Enciclopedia Británica:

La razón para esa derrota futura es que los redactores profesionales de la Enciclopedia Británica son justamente eso: profesionales. Y que, por lo demás, escriben muy bien, a diferencia de la mayoría de los contribuyentes de la Wikipedia, que escriben bastante mal (como se lo puede comprobar fácilmente). Un dato nada menor si pensamos en aquel tan extraordinario y exigente lector de la Británica llamado Jorge Luis Borges…

Paradójicamente, la mejor página contra Wikipedia está en la misma Wikipedia