Novela: 22/11/63
Mejor serie: Boss
Peor serie: Anger management
Programa para periodistas: El péndulo
Decepción: Comedians in cars getting coffee
Recital: Hugh Laurie
Decadencia: la militancia inconducente y canchera de Quintín, Raffo y Noriega
Combo musical: Spotify (interfaz) + Deezer (en Argentina) + edjing (para mezclar) + Google Play (para archivar inconseguibles)
Canción: Águila amarilla
Mejor sitio para descargas de series: Argenteam
Regreso fallido: La clínica del Dr. Cureta
Consumo de información: la transición de los agregadores de noticias a los filtros de noticias
Combo filtros de noticias: Flipboard + Tweeted Times + listas de twitter
Sorpresa: Noam Chomsky en la versión MIT de «Gangnam Style»
Hastío: los chistes sobre el fin del mundo en Twitter
Frase: «La estupidez es una de las dos cosas que, en retrospectiva, vemos con mayor claridad. La otra son las oportunidades perdidas» (Stephen King, 22/11/63)
Autor: Diego Rottman
Todavía hay medios que hablan del fenómeno de las series, tratándolo como algo novedoso. O peor, hay quien afirma que las series son «una moda pasajera» y que «hay menos gente dispuesta a dar la vida por The Wire que hace algunos años». Ni nacimiento ni entierro: la «nueva» generación de series lleva veinte años de buena salud y sigue deparando gratas sorpresas cada temporada. «Los Soprano» arrancó en 1999, ¡Seinfeld terminó en 1998! ¿moda pasajera?
Como en el cine, están los buenos, los malos y los feos. Si hoy 24 luce avejentada, Los Soprano, de la misma época, se mantiene radiante. Ya nadie recuerda a Studio 60, sobrevalorada cuando se estrenó. Y a The Wire la vio más gente en los últimos años que cuando la emitió HBO, gracias al boca a boca subterráneo. Nada diferente de lo que pasa en la pantalla grande.
Y sí, la gente da la vida por una serie más que por una película. O sino, ¿qué son las horas y horas durante años frente al sillón donadas a la serie que amamos?
Por eso, para la pequeña gran secta devota de las series, vaya como en 2011 un listado con clasificaciones de las 111 series que pude ver desde 1990. Algunas aclaraciones:
– Se evalúan todas las temporadas completas hasta la fecha. Es decir, si una serie todavía no cerró su año, se toma la temporada anterior.
– El punto de partida arbitrario es 1990, año que empiezan las transgresoras Seinfeld y Parker Lewis. Por eso se tacharon Max Headroom y Sledge Hammer, que figuraban en la edición anterior pero son de fines de los ’80.
– Las que se incorporan en el listado aparecen en azul, aunque no necesariamente sean series nuevas. Son, simplemente, series que no había visto hasta el año pasado o había visto pero me había olvidado de agregarla.
– Las que suben en relación con el listado anterior figuran en verde y las que bajan, en rojo.
– El orden es alfabético.
– Se incluye una serie hecha especialmente para la web, «Comedians in cars getting coffee».
Excelente
Justified
Los Soprano
Penn & Teller: Bullshit!
Seinfeld
The awful truth
The hour
The wire
Muy buena
Action!
Arrested development
Boardwalk empire
Boss
Breaking bad
Curb your enthusiasm
Entourage
Extras
Greg the bunny
Grosse Pointe
Homeland
House
It’s always sunny in Philadelphia
Life’s too short
Mad Men
Max Headroom
Modern family
Parker Lewis
Sherlock
Six feet under
The critic
The edge
The office (UK)
Treme
Buena
24
30 days
30 Rock
Big bang theory
Coupling (UK)
Cybill
Damages
Dharma and Greg
Episodes
Everybody hates chris
Family guy
Frasier
Friends
Girls
How I met your mother
In treatment
It’s like, you know…
Jeckyll
Just shoot me
King of the hill
Los Simpson
Louie CK
Lost
Mad about you
Mildred Pierce
Reno 911
Rome
Sex and the city
Sledge Hammer
So noTORIous
Spin city
That ’80s show
The corner
The office (US)
Two and a half men
Whose line is it anyway?
Will and Grace
Regular
American Dad!
Californication
Comedians in cars getting coffee
Community
Courting Alex
CSI: Crime Scene Investigation
Desperate housewives
Fringe
Heroes
My name is Earl
My own worst enemy
Ned & Stacy
Numb3rs
Nurse Jackie
Party down
Raising Hope
Scrubs
Smash
That ’70s show
The naked truth
The new adventures of old Christine
The newsroom
‘Til dead
True blood
Weeds
Mala
3rd rock from the sun
Alcatraz
Anger management
Bob Patterson
Carpoolers
Dirty sexy money
Good morning Miami
Grimm
King of Queens
Living with Fran
Monk
Mr. Sunshine
Psych
Sports night
Stacked
Studio 60
The ex list
The Michael Richards show
The mind of the married man
The Paul Reiser show
United states of Tara
«¿Qué hace de América el mejor país del mundo?», pregunta un espectador al principio de The Newsroom, la nueva serie de HBO que comienza el próximo martes, día 11, en Canal +. «Estados Unidos lidera el mundo en tan solo tres cosas: el número de ciudadanos en la cárcel, el número de adultos que creen que los ángeles existen y en el gasto militar», da la vuelta a la tortilla el interpelado, el periodista Will McAvoy, protagonista de esta serie centrada en el mundo de los medios de comunicación. Es la nueva creación que sale de la mente de Aaron Sorkin, el guionista, productor y dramaturgo de más éxito en Hollywood. Palabras de ficción que, como siempre ocurre en el caso de este neoyorquino de 51 años, es difícil separar de la realidad. Porque Sorkin suele hablar de verdades como puños, pero sin amargura; incluso con un tinte de esperanza y optimismo inusual en tiempos de cinismo y resignación.
El padre de El ala oeste de la Casa Blanca, que consiguió el Oscar por su trabajo como guionista en La red social, dice que su nueva serie solo pretende entretener. Lo repite a cada rato: busca audiencia en tiempos de escapismo. También se describe como un idealista, un romántico enamorado del Quijote, y quizá por ello sus historias nunca son ajenas a la polémica. Vilipendiado e idolatrado, tan lleno de contradicciones como sus personajes, este hombre que es capaz de encerrarse en la habitación de un hotel como un ermitaño hasta parir su nueva obra, se presenta coqueto a la entrevista, con un bronceado de estrella de cine y la mejor de las sonrisas.
Tras ver los primeros minutos de su nueva serie es difícil no pensar que The Newsroom es una llamada de atención al mundo en el que vivimos, a la desilusión que existe con el sistema y especialmente con aquellos que dicen informarnos.
Pues está equivocada, porque no cejaré en mi empeño de subrayar que mi único deseo con The Newsroom es hacer una hora de televisión divertida, entretenida, idealista y optimista sobre un grupo de luchadores. En la actualidad tenemos una visión muy cínica del periodismo, tan cínica como la imagen que teníamos de nuestros políticos cuando escribí El ala oeste de la Casa Blanca. Y mi deseo es volver a hacer héroes de los periodistas. No le niego que no haya problemas en el mundo de los medios de comunicación, pero tampoco quiero persuadir a nadie de mis ideas. Simplemente quiero contar una historia que entretenga al espectador. Una historia de amor en un lugar de trabajo.
¿Por qué hacerlo entonces en el mundo de la televisión? Esta es su tercera serie en este ambiente tras las fracasadas ‘Sports Night’ y ‘Studio 60 on the Sunset Strip’.
Nuestras vidas están muy marcadas por lo que escuchamos en televisión. De ahí que debamos preocuparnos por los contenidos que se emiten tanto como nos preocupamos por lo que se imparte en nuestras aulas. Pero, repito, yo no quiero sentar cátedra. Solo entretener en un ambiente que se sienta real, donde las noticias son reales y el espectador cuenta incluso con más información que los protagonistas.
Habla de volver a hacer héroes de los periodistas. ¿Quiénes son sus héroes?
Admiro a Brian Williams, Bob Schiefer, Shepherd Smith, Martin Bashir, a Alex Wagner y a S. E. Cupp, Mark McKinnon y Steve Schmidt. Como digo en la serie, está claro que no todos los periodistas merecen disculparse por la desinformación que existe. Los hay que trabajan en la actualidad por lo que creen justo y son tan buenos como lo fueron [Walter] Cronkite o [Edward R.] Murrow. Lo que ocurre es que sus voces quedan ahogadas entre tanta tontería.
Esperaba un mayor conocimiento de los medios a nivel internacional.
Recurro a ellos además de mi dosis diaria de información en un par de periódicos diferentes, además de The New York Times, alguna revista y la CNN cuando salta una noticia. Recuerdo que el Katrina me pilló en Londres y me hizo darme cuenta de lo diferente que era la cobertura de la BBC o de Al Jazeera comparado con lo que vemos en EE UU. Por lo general, suelo ir con el periodista, no con su medio.
Hagamos la pregunta al revés: ¿quiénes son los malos?
Lo he dicho muchas veces. En EE UU el problema está en cadenas como Fox; y siempre que digo esto me acusan de rojo. Lo que no entienden es que mi problema con Fox no es su ideología republicana. Mi problema es que mienten y con sus mentiras no hacen otra cosa que engañar al espectador. Son varias las encuestas que demuestran que en EE UU el público peor informado es el que sigue Fox News. Están peor informados que los que no escuchan las noticias. Eso les hace muy peligrosos. Le recuerdo que el día que EE UU invadió Irak el 67% de los estadounidenses creían que el 11-S era culpa de Irak. Es muy peligroso. Somos una gran potencia armada y muy desinformada. Es algo que supera la lucha de partidos. Es culpa de los periodistas que no insisten en lo que deben, que no preguntan lo necesario en lugar de preocuparse por los índices de audiencia, y también de los espectadores, que nunca deben ser el elemento pasivo de la ecuación.
¿Y después de lo que dice todavía se define como un optimista?
Soy un optimista, el mismo idealista que en El ala oeste de la Casa Banca fue capaz de escribir sobre una Administración demócrata que consigue hacer lo que quiere [risas].
¿Sería capaz de escribir lo mismo en la actualidad?
Yo sí. Pero no sé si las cadenas lo emitirían en abierto [risas]. También mantengo el optimismo en el ámbito del periodismo. Lo que necesitamos de los medios es que presenten los hechos. El proceso más inteligente es el diálogo, el fruto de un debate entre dos visiones informadas aunque opuestas sobre un mismo tema. Así es cuando obtenemos los mejores resultados de una democracia. Pero hablo de un debate dialogado e inteligente, no de un intercambio de acusaciones sobre si el presidente es marxista o ha nacido en Kenia. Lo que sucede es que esas discusiones son más pintorescas y ganan audiencia, y el resto pasa a segundo plano.
¿Cree posible que se invierta esta tendencia?
Network [Un mundo implacable, 1976] siempre fue mi película favorita, pero solo ahora entiendo el sentimiento de frustración de Howard Beale cuando dice: «Estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo». Si quiere ver algo en The Newsroom, lo que hay es un canto a la educación, a la urbanidad, a la inteligencia. Un llamamiento a que dejemos de considerar la inteligencia como algo malo. Yo no poseo la inteligencia que admiro, pero tengo el don de imitar su sonido. Disfruto de sus contenidos. Me posee este ansia por la verdad desde que me la robaron, desde que los hechos pasaron a ser algo subjetivo. Porque no siempre ha sido así. Nunca hemos estado tan divididos. Pese a los desacuerdos, yo creo en el sistema democrático de partidos. En el Partido Republicano hay buenas ideas y gente brillante que merece la pena ser escuchada en debates con gente también brillante del Partido Demócrata, de manera que uno pueda escoger lo que más le interese de sus programas. Esto no es una dictadura. La primera enmienda de la Constitución de EE UU garantiza la libertad de expresión, de asamblea y de religión, amparado todo ello por un gobierno agnóstico. Y esa libertad implica tu responsabilidad como ciudadano de expresarte de una forma útil.
A Sorkin le habría gustado escribir en las décadas de los treinta o los cuarenta, antes del Watergate y de Vietnam, en una era que idealiza en el ámbito periodístico. Antes de que su país perdiera la inocencia. Lo mismo le ocurre en lo cinematográfico. Sorkin evoca en su trabajo esos años que dieron al mundo películas como Sucedió una noche, de Frank Capra, otra de sus cintas preferidas y precursoras de su estilo a la hora de escribir. El suyo es el lenguaje de otra era traspasado a este milenio.
En ocasiones ha hablado de una fortuita máquina de escribir que se encontró en casa de un amigo como su razón para comenzar en este trabajo, pero ¿de dónde nacen sus historias?
Desde muy pequeño mis padres me llevaron al teatro. Era algo ridículo porque llevaban a un chaval de nueve años a ver ¿Quién teme a Virgina Wolf?, y no entendía nada. Pero fue lo mejor que pudieron hacer por mí. Ya le digo, la mayoría de las veces no entendía de qué iba la obra, pero me quedaba prendado del sonido de lo que decían, una música que tenía los movimientos de una sinfonía. El sonido del diálogo fue desde entonces para mí tan importante como su significado. Claro que el mérito no es solo mío; jamás se notaría esa musicalidad a la que me refiero si mis textos no cayeran en manos de unos actores que saben tocar muy bien sus instrumentos.
¿Cómo definiría su estilo?
Por mucho que me guste basarme en historias reales, ninguno de mis guiones, ni La guerra de Charlie Wilson ni La red social ni Moneyball, los puedo definir como instantáneas de la realidad. Son obras artísticas, como una pintura, interpretaciones basadas en hechos reales. En cuanto al estilo… Hay guionistas que le dan mucha más importancia a la trama que al diálogo. Y son geniales. Como David Milch. Solo puedo decir que es un maestro. O David Mamet. Son poetas. Mamet es capaz de utilizar una palabra de cuatro letras y convertirla en un concierto en sí misma, a menudo escribiendo sobre gente que tiene problemas a la hora de comunicarse. Para mí el lenguaje es música y obtengo el mismo grado de satisfacción con mis diálogos que otro conseguiría con las mejores escenas de acción, con sus explosiones. Mis diálogos no pretenden ser reales. Lo son. Es como hablaría la gente si tuviera el tiempo suficiente para pensar lo que quieren decir, si les dieras media hora para responder.
¿Y su secreto como escritor?
¿Pasarme un año encerrado hasta que completo un trabajo? Escribir consiste en comprender la intención de los personajes y los obstáculos a los que se enfrentan. Alguien quiere algo y algo está en su camino. Saber lo que quieren tus personajes, si es dinero o ganarse a la chica o la fama, y qué es lo que necesitan para conseguirlo. Una vez que tienes eso, ya estás a mitad de camino.
¿Cuándo se da cuenta de que algo que ha escrito está mal?
En el instante mismo en que lo escribo. Soy como un jugador de béisbol, que sabe cómo ha sido su jugada nada más escuchar el sonido del bate. Y da mucha vergüenza. Es uno de los problemas cuando haces televisión. Me gusta la inmediatez del medio y cómo me permite expandir la historia en 10 episodios. Pero no nos engañemos. Los días en los que escribo mal superan con mucho a aquellos en los que lo hago bien. Siendo generoso y barriendo para casa, diré que tengo 10 días malos por cada uno bueno. Y cuando escribo un guion de cine o una obra de teatro, si un día no lo hago bien, tengo la opción de mejorarlo al día siguiente. Pero en televisión tienes que seguir escribiendo incluso cuando lo haces mal. En The Newsroom me di cuatro episodios de ventaja antes de comenzar el rodaje. Y me encantó la idea de comenzar la emisión una vez rodados los 10 episodios de la primera temporada. Porque así no hubo forma de que las críticas influyeran en el resultado final. Porque concebí la serie como una historia de 10 horas con prólogo, que es el episodio piloto.
Esto suena a que no es muy receptivo con las críticas.
Siempre pienso que puedo mejorar. Y creo que he mejorado con los años. De algún modo es un trabajo que se parece al de director de orquesta, que mejora con cada concierto. También sé que lo puedo hacer mejor. Y lo intento cada día, porque además vivo en la era de oro de los guionistas. Contamos en la actualidad con algunos de los mejores guionistas de la historia y acepto mi competencia. Pero también me siento extremadamente afortunado por ser capaz de escribir en todos los medios, en cine, teatro y televisión, y de recibir cartas como las que me llegaron durante la emisión de El ala oeste de la Casa Blanca, donde me escribían conservadores que no coincidían conmigo políticamente, pero que disfrutaban viendo el show. No creo que eso vuelva a ocurrir.
¿Hay algo que ‘Sorkin El Grande’, como ya hay quien le llama, no sepa hacer?
Los hay que me llaman otras cosas [risas]. Claro que hay cosas que no sé hacer y eso me motiva… A mí me gustan las buenas historias, y hay muchas que me gustan como espectador que soy incapaz de escribir. Por ejemplo, historias policiacas. Infiltrados es una de mis películas favoritas, pero nunca he sido capaz de escribir algo así. Me debe de faltar el chip. Tampoco soy capaz de escribir ciencia-ficción. O fantasía. Soy un escritor lleno de limitaciones [risas].
Sorkin conoce sus puntos fuertes y también sus debilidades. Su ascensión a la fama fue fulgurante con el triunfo de Algunos hombres buenos y El presidente y Miss Wade. Igual de rápida fue su caída, su batalla con la cocaína que le llevó al Instituto Hazelden de Minnesota en busca de ayuda, pero con una recaída sonada en el momento más alto de su prestigio con El ala oeste de la Casa Blanca,cuando fue detenido en el aeropuerto de Burbank (California) con marihuana, cocaína y otras sustancias alucinógenas en su poder. Además de la humillación pública, su recaída supuso el divorcio de su primera esposa, la productora Julia Bingham, y dudas sobre el efecto que su adicción tendría en la carrera de un autor demasiado perfeccionista y que no sabe delegar. El Oscar conseguido con La red social y su candidatura con Moneyball han borrado cualquier duda y abierto un nuevo capítulo en su vida, del que surge The Newsroom.
La figura del Quijote es una constante en su obra, una presencia que vuelve a mencionar en ‘The Newsroom’. ¿Cuándo comienza su relación con Cervantes?
Habla del libro que ha tenido más impacto en mi vida. Y una vez más tengo que agradecérselo a mis padres, porque ellos me llevaron a ver el musical El hombre de La Mancha cuando tenía cinco años. Esta obra sí que la entendí. La figura del Quijote siempre me recuerda a mi padre, que tiene 90 años. Siempre le he visto a un paso de arremeter contra los molinos. A su modo, siempre defendió las leyes de caballería. Cuando lo descubrí, no sabía que se trataba de un libro tan famoso y me dieron sudores al ver su grosor. Finalmente me lo leí a los 14, y a estas alturas me lo sé tan bien como otros se saben la Biblia. Lo puedo leer de atrás adelante, aunque nunca lo he leído en español. Pero tengo un molino de viento en la mesa de mi despacho.
¿Que hay de Quijote en usted? ¿Quizá la semilla de su idealismo?
Puede que tenga razón. Y aunque insisto en que The Newsroom es una obra de ficción que solo pretende entretener, si hay algo que me gustaría conseguir de mi público, algo que me gustaría que sacaran de la serie, es inspirarles para que lean El Quijote, alguien que luchó por lo que merecía la pena luchar junto a su fiel Sancho en un momento en el que la España de la Inquisición hacía cosas que parecían impensables. Los protagonistas de mi serie también se esfuerzan en su quimera. Y al igual que El Quijote, fracasarán una y otra vez porque sus metas no son realistas. Pero te hacen sentir que es posible soñar sueños imposibles.
¿Comparte esos sueños con alguien cercano? Se habla de su reciente relación con Kristin Davis, conocida por su trabajo en ‘Sexo en Nueva York’.
Estoy muy contento con mi vida, muchas gracias por preguntar [risa cortante]. Mi mayor fuente de felicidad es mi hija, de 11 años, una niña increíble, alguien con quien comparto mis sueños. Y ya que menciona su nombre, reconozco que he salido en varias ocasiones con Kristin, pero no hay más. Muchas gracias por preguntar.
Además de sus sueños, ¿comparte su pasado con su hija?
Seré claro; sabemos de lo que hablamos. Soy un adicto a la cocaína en remisión. Pero no es algo de lo que me guste hablar en público. Me alegra que mi experiencia le pueda ayudar a alguien y en especial que me pueda ayudar como padre. Al menos cuando hable con ella de las drogas, tendré más credibilidad que otros. Pero hablar de ello no me ayuda.
Hablemos entonces del futuro, porque los proyectos se acumulan.
Como le decía antes, me considero muy afortunado de poder escribir en los tres medios. Estoy escribiendo junto a Stephen Schwartz, el compositor y libretista de Wicked, Godspell y Pippin, un musical sobre Houdini que estrenaremos en 2013 con Hugh Jackman como protagonista. Luego está The Politician, una historia centrada en la relación entre el senador John Edwards y su asistente Andrew Young. Una historia con muchos personajes y momentos interesantes. Además, The Newsroom ha sido renovada para una segunda temporada y está el proyecto sobre la vida de Steve Jobs, que está muy, muy en sus comienzos.
¿Llegó a conocer al fundador de Apple?
Mi base de trabajo es la biografía de Walter Isaacson. Nunca llegué a conocer a Steve personalmente, pero hablé con él por teléfono varias veces y fue siempre muy amable. Me llamaba de improviso para decirme cuánto le había gustado lo que había escrito. Su primera llamada fue para convencerme de que trabajara con él en Pixar. Yo le dije lo mucho que me gustaban las películas de su estudio, pero que me sentía incapaz de hacer hablar a un objeto inanimado. Nunca olvidaré lo que me contestó: «En el momento en que les haces hablar, dejan de ser inanimados».
THERE were a lot of breasts on show when the Duke and Duchess of Cambridge were welcomed in the Solomon Islands as part of their tour of the South Pacific, but none caused as much of a stir as the single pair that appeared in Closer, a French magazine, on September 14th. They were photographed while the duchess was sunbathing with her husband at a private villa in France; and their exposure in the magazine led to legal action by the couple to suppress the pictures.
The action was only partially successful. A court banned further publication and required the magazine to hand over the originals, and the police raided the magazine’s offices as part of an investigation into whether French privacy law had been broken; but the pictures have been published in Italy, Ireland and Sweden—and, through the web, all over the world. Yet although the episode shows how technology undermines privacy, it also illustrates the ways in which life has got harder at the scummy end of the news business.
Better lenses help paparazzi take pictures such of those of the duchess, who is reckoned to have been photographed from around a kilometre away, and digital technology helps them get the product to the customer. Camera phones have made possible pictures such as those of a naked Prince Harry that appeared on the internet last month. Yet digital technology also threatens the livelihood of paparazzi, for it turns everybody into a photographer and, by ensuring instant, free, global distribution, reduces the photos’ value.
The internet has also damaged the fortunes of the paparazzi’s main paymasters, the newspapers. The circulation of the Sun, Britain’s biggest-selling tabloid, has dropped to 2.5m from 3.7m ten years ago. And the circulation boost from publishing scandalous pictures is limited. The Prince Harry pics brought the Sun only an extra 120,000 sales. “The internet has ruined it for everybody,” says Jack Ludlam, a London paparazzo who has moved to Spain.
Photographs of the right person can still fetch serious money. Nobody knows how much the photographs of the duchess were sold for, but Max Clifford, a publicity agent, reckons that, were it not for the French ban, he could have got £1m ($1.6m) for them. However, regulatory action is an increasing hazard these days—particularly in Britain, which is no longer the booming market that it once was.
The sanctimonious hypocrisy of the British tabloid reaction to the pictures of the duchess is presumably born of frustration. None of them dared touch the pictures as a result of both public pressure and threatened regulation. The revelation that the News of the World hacked the phones of people it was writing about has diminished already limited public affection for tabloid papers and condemned them to the embarrassment of a public inquiry, headed by Lord Justice Leveson.
They are therefore on best behaviour. The Sun published the Prince Harry photos only after they had been on the web, and argued that they were “a crucial test of Britain’s free press”. Richard Desmond, owner of Express Newspapers, who made his money with titles such as Asian Babes, has threatened to close down his Irish Daily Star, which published the pictures of the duchess. “It’s much easier to stop stories these days,” says Mr Clifford, “Stories which ought to be coming out, in the public interest, aren’t.”
The British tabloids’ self-righteousness may not outlast the Leveson inquiry into press behaviour. But by then they may be subject to fiercer regulation. It’s tough at the bottom these days.
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Warning: this post contains spoilers for the first 12 episodes of the “Mad Men” season.
What does Sunday night’s season finale of “Mad Men” hold in store for the staff at Sterling Cooper Draper Pryce, its ex-employees that we still care about and anyone who wasn’t killed off in last week’s episode? What are the long-term marital prospects for Megan and Don Draper? Will we ever see Peggy Olson again? How is everyone at the office coping with the sad fate of Lane Pryce? Should Pete Campbell keep his distance from open windows and elevator shafts for the time being? And how’s Paul Kinsey coming along on those revisions to his “Star Trek” spec script?
As of this writing, Matthew Weiner, the “Mad Men” series creator and show runner, was willing to answer only a few of these questions: on Sunday afternoon, he spoke to ArtsBeat about everything that’s happened on the series this season prior to the finale. (And he has sworn on a box of Bugles that he’ll call us back on Monday to talk about the finale itself.) These are excerpts from that conversation.
I had a trajectory all worked out for this conversation, and then a more pressing lead-off question came up. There’s a lot of curiosity, bordering on concern, about whether Peggy Olson is coming back or if we’ve seen the last of that character. Is something that you’ll address?
I’ll say the same thing I always say: You have to watch the show. I want people to worry about it, and I want there to be stakes. I’m not going to address it. Lane is not coming back, I can tell you that.
We heard from Jared Harris about how he dealt with his exit from the series. What was it like for you to have to let him go?
It’s a terrible thing to have to deal with. You want to make sure that it’s worth it, that they’re going out with a bang and you’re not sacrificing someone who’s a great actor and a great musician in the orchestra. But also I feel like there have to be stakes. This year was filled with foreboding of violence and death, and the connection of that early summer between the riots, which resulted in death, police killing innocent people, and the Richard Speck murders and the guy on the Texas tower [Charles Whitman]. The randomness and the nihilism that was born from that was something that permeated the story. Lane’s story I thought was about someone who has undervalued themselves and that was his only way out, he thought.
His character arc this season sometimes suggested that he was gaining confidence. Was he ultimately someone who couldn’t be allowed to get what he wanted?
His rage to Don at the beginning of that scene where he’s caught – everything he says is true. And you look at it and say, it could drive you to it. It’s based on a true story. There was someone I don’t want to – suicide is a very private thing and it’s so very shameful, but there was a story about someone in an ad agency who had hung themselves in their office and they couldn’t get the door open. From the beginning, I was like, we’re probably going to end up using that.
Having Don remain married to Megan has had ramifications throughout this season. When did you make that decision that her character would play this integral role?
I made the decision last year when I cast Jessica [Paré]. For me, I was saying, Don is someone who has chosen this woman because he wants to be a new kind of person. He doesn’t want to do what Faye said, which is accept himself and move on. The attractiveness of her youth is very, very positive for him. This is the wife where he’s going to do it right – where he’s a more free footing and he knows everything. But this woman has her own life, and it’s this disturbing process for Don, of loving someone and saying, We’re one soul, we’re one person – but that person is me. I thought it was a great way to find out so much about Don and what his aspirations were.
Did you expect that audiences might resist this choice at first – that Don’s being happily married and losing sight of his work might feel contrary to his character?
The audience felt it but it wasn’t until Bert Cooper said to him, “You’re on love leave,” that anyone realized, it’s not just that we’re not seeing those scenes – he really isn’t doing anything. That allowed Pete to step in, and Pete confronts him a lot during the beginning of the season in ways that we would have expected Don to mop the floor with him. But Don backs off because he is happy in his domestic life. And how great it was for me, story-wise, when he realized that he missed [Megan] in that office and things were not the way he pictured them and finally get a fire lit under him.
This has sort of been strange to me, because it’s one of these things where my intentions and what the audience wants is thwarted by Jon Hamm’s charisma and acting. But his speech to Dow [Chemical] was supposed to be ugly. It was supposed to be a voracious representation of dissatisfaction – what does this man have to complain about? That greed for the sensation of victory is ugly, and that’s kind of who he is. But the reason Jon Hamm got this part was the way he made cigarettes sound like something to get excited about.
Now that he’s learned that Megan is an independent person who could potentially have a life without him, could that bring down the marriage?
I think it’s been a challenge for the marriage, and that’s what we’ve been seeing. It’s not being modern or not – it’s the idea of having a fantasy that this woman is there to save him. Roger says it in the first episode: “They’re all great girls until they want something.” What a condescending concept. And on the other hand, there’s a relative scale to things. One of my favorite scenes, in the episode where she quits, when Roger says to Don, “My father told me what to do,” and Don says, “I was raised in the 30s – I didn’t follow my dream. My dream was indoor plumbing.” This whole idea of getting to pursue a dream, even, is such a modern, spoiled luxury. I think the thing that was the hardest for the audience to deal with is the fact that he really loves this woman and she does bring out the best in him. They have this incredible carnal relationship that’s based on the twisting of power – it’s very animal and I would not try to put it into intellectual terms.
The possibility that Peggy could leave the office has been on the table for some time. How should we construe her farewell scene with Don?
I hear people trying to catch onto themes like there’s a right answer for it, and my intention is always a non-verbal association, a meditation on an idea. And the idea that this is how you stand up for yourself and what are the tools available to a woman? What is a woman offered, in terms of power, and how do they have to behave, versus a man? Her saying goodbye to Don, after he threw the money in her face, that’s the way we treat the people we love. They get all of that. This is not just somebody complaining that nobody loves me – this somebody saying, “Is this really how it’s going to be? Is he always going to see me that way?”
But there was affection in that scene also.
My God, he kisses her hand. He knows that she’s more than that and he knows that he would probably do the same thing and he’s regretful of taking her for granted. The people we love get to see the worst parts of us – that’s part of the job. “Don’t be a stranger” – their relationship is bigger than this job. When she says to him, “You have no idea when things are good,” she doesn’t know what he’s just gone through with Joan and the pitch, but she does know there’s a celebration going on and neither of them should have to do what they’re about to. And as she’s giving her very rehearsed resignation speech, which you know she practiced in the mirror or on the subway on the way in, hopefully the audience along with her and Don are flashing back to this person who woke him up in the middle of the day and said, “I’m the new girl.”
How long had you been contemplating Joan’s “Indecent Proposal” storyline?
People tell me their stories, ever since the show went on the air. And the stories that I’ve heard of women doing this or some form of this were in the triple digits, seriously. Over 100 stories. They did it for a lot less, that’s the part that’s fictional – Lane maneuvering her into the partnership thing so that he wouldn’t have to get rid of cash immediately. In terms of doing it on the show, I knew eventually we were going to have to do it, and I knew that she would go through with it if she were in the right situation. I really do believe that if I had not used the word prostitution, I don’t know if it would have occurred to the audience that it was anything other than something really disgusting.
Is it difficult to ask your cast members to go through with it?
No, absolutely not. God knows the actors are living in it and living with it. Everything that happens to them sticks to them as real-life human beings. But people want drama and they want to be in the story. Everybody wants to be the focus of a story, and everyone knows this world and saw how down and dirty it had gotten in success this year. To me, the most telling thing of all of it was when she says, “You can’t afford it.” There’s an absolute no, and there’s “You can’t afford it,” and “You can’t afford it” means there’s a price. And why wouldn’t there be? If there was a way to actually have this happen in life, I would love to be faced with this incredibly deep moral problem. It is one night and I don’t know that I would find it a huge moral compromise. But I don’t live in that world, and no one’s ever asked me.
But it’s one thing to imagine that this could happen to your characters, and another thing to then write it. Did you feel like some kind of Rubicon had been crossed by having Joan actually go through with the proposition?
There’s other things going into it, too. There’s a wish fulfillment. The whole “Indecent Proposal” story is based on a kind of sexual fantasy, that there’s a man who has so much money he can have anybody he wants, and he’s willing to offer everything to spend a night with somebody. That’s a flattering proposition. And then we went out of our way that there was nothing romantic about it. To me, it’s a symbol of the success of the show and the storytelling that people really didn’t want to her to do it. The fact that she wouldn’t do it is insane. She’s in a financial situation and she’s emotionally a wreck because of this rejection from her horrible husband who raped her. She had an affair with Roger for eight years and she had a baby she passed off as her husband’s. I find it satisfying that there was a debate about it, but for me, the cards were stacked and we of course stacked the cards very much in favor of doing it. And I think she’s a very powerful person for making that decision in the end.
As we go into the finale, people are anticipating something unpleasant for Pete Campbell.
Every season people are predicting someone’s going to kill themselves. Every season the show is filled with death imagery. Our second season was all about the Cuban Missile Crisis, and in the popular culture there was such an obsession with the end of the world. It’s not stupid to say that Pete and Don have switched places in some ways. He has been pushing his shoulder against a door, trying to open it for a very long time. And now it’s open and he has to step through it, and guess what’s on the other side? Him.
Are you prepared now to say what that scene with Don and the elevator shaft meant?
In my mind, that actually happened. The elevator wasn’t there, which we know happens all the time. I thought that was an amazing cinematic representation of his emotional state. He still had one thing left to say to her, and she’s gone, into the abyss. She’s gone off on her own. That’s all that that was supposed to be. Is someone going to fall down an elevator shaft? No. I will actually go on record as saying that. Pete’s “Signal 30″ story, of why can’t we be friends at work, that to me is something more to pay attention to. The fantasy of his role there and not realizing how he is and what he says. And his ascendancy – Roger hasn’t had an account, and there’s Pete, very, very important.
Are you getting a lot of free Jaguar merchandise these days?
This is one of the things about product placement – there is no such thing as bad publicity. I felt bad as the weeks were going on, where they were enjoying all the stuff that they had nothing to do with, and I was thinking, “Oh, my God, this really a double-edged sword, I hope they’re ready for it.” As somebody who really believes in advertising, I don’t think people walked away from this thinking that Jaguar is a car that doesn’t work.
Por Claudio Martyniuk
Presionados por la escuela, los profesionales, los hijos y sus propias expectativas, los padres salen sin embargo airosos de la ardua tarea de criar a sus hijos, según este experto.
For more than half a century, 12 Angry Men has served as America’s foremost cinematic self-image. It’s a terrific entertainment, but that alone doesn’t explain its status as one of IMDB’s perpetual top-10 films of all time (No. 6 as I write this)—an old-school, single-set talkathon perched incongruously among adolescent fantasies. Like Schindler’s List (No. 7), it speaks powerfully to our belief that one individual with a conscience can make a real difference in the world, and that’s a genuinely uplifting message that people do right to embrace. Only a stone-hearted soul could fail to be moved watching Henry Fonda slowly, methodically sway 11 other jurors, one by one, employing only reason, compassion, and common sense as weapons. Should any of us ever be falsely accused and on trial for our lives, we’d certainly want someone like him advocating on our behalf. It’s a beautifully idealized depiction of how a jury of one’s peers should (theoretically) operate.
So what if they probably let a guilty man go free?
Clearly, Reginald Rose, who wrote the original teleplay as well as the film script, intended the unnamed defendant—we’ll just call him The Kid, as the jurors generally do—to be innocent. There isn’t some hidden twist that nobody’s ever noticed until now. But in attempting to make the scenario as dramatic as possible, Rose inadvertently and unwittingly made it almost impossible for The Kid not to have killed his old man. Is he guilty beyond the shadow of a doubt? No. If he’s innocent, however, then so was O.J. Simpson, using pretty much the exact same arguments. (I’m indebted to Vincent Bugliosi’s Outrage: The Five Reasons Why O.J. Simpson Got Away With Murder for much of the following analysis. For anyone harboring any doubt about Simpson’s guilt—or about whether Oswald acted alone in killing JFK, for that matter—Bugliosi’s books, though abominably written, are invaluable. He cuts through the bullshit.)
Here’s the evidence that The Kid committed murder, as discussed by the jury in the film:
- A few hours before the murder, The Kid was heard loudly arguing with his father, at one point shouting words to the effect of, “I’m gonna kill you!”
- An elderly man in an adjacent apartment testified that he saw The Kid flee the murder site immediately after he heard the old man scream.
- A woman who lives across the street from the murder site testified that she actually saw The Kid stab his father to death through the windows of a passing elevated train.
- The Kid’s alibi for the time of the murder was that he was at the movies, but when questioned the very same night, he couldn’t remember any details of the pictures he saw—titles, stars, anything.
- The murder weapon—a switchblade knife—was, by The Kid’s own admission, identical to one he owns, and had been seen in his possession. The Kid claimed to have lost his knife that very night.
Rose, an expert at dramatic construction, has his hero, Juror No. 8 (Fonda in the movie), undermine each of these pieces of evidence individually, assisted along the way by those who’ve defected to the Not Guilty camp. Some items in this impromptu defense are more persuasive than others. The most satisfying, both for its deployment at the climax (it’s the argument that finally convinces E.G. Marshall, playing the most coldly rational juror) and in terms of an appeal to logic, is the observation that the female witness had marks on her nose indicating that she regularly wears eyeglasses, which she wouldn’t have had time to put on when awakened by the victim’s screams in the middle of the night. Far less impressive is the discussion of The Kid’s faulty alibi: Fonda challenges Marshall to account for his actions on each of the last several nights, going back further each time Marshall succeeds, then feels vindicated when Marshall finally gets the title of a film he saw four days earlier slightly wrong (The Remarkable Mrs. Bainbridge vs. The Amazing Mrs. Bainbridge) and stumbles over its no-name stars. It wasn’t even the film he’d actually gone to see (which he names without hesitation), but the second feature.
None of this ultimately matters, however, because determining whether a defendant should be convicted or acquitted isn’t—or at least shouldn’t be—a matter of examining each piece of evidence in a vacuum. “Well, there’s some bit of doubt attached to all of them, so I guess that adds up to reasonable doubt.” No. What ensures The Kid’s guilt for practical purposes, though neither the prosecutor nor any of the jurors ever mentions it (and Rose apparently never considered it), is the sheer improbability that all the evidence is erroneous. You’d have to be the jurisprudential inverse of a national lottery winner to face so many apparently damning coincidences and misidentifications. Or you’d have to be framed, which is what Johnnie Cochran was ultimately forced to argue—not just because of the DNA evidence, but because there’s no other plausible explanation for why every single detail points to O.J. Simpson’s guilt. But there’s no reason offered in 12 Angry Men for why, say, the police would be planting switchblades.
Here’s what has to be true in order for The Kid to be innocent of the murder:
- He coincidentally yelled “I’m gonna kill you!” at his father a few hours before someone else killed him. How many times in your life have you screamed that at your own father? Is it a regular thing?
AND
- The elderly man down the hall, as suggested by Juror No. 9 (Joseph Sweeney), didn’t actually see The Kid, but claimed he had, or perhaps convinced himself he had, out of a desire to feel important.
AND
- The woman across the street saw only a blur without her glasses, yet positively identified The Kid, again, either deliberately lying or confabulating.
AND
- The Kid really did go to the movies, but was so upset by the death of his father and his arrest that all memory of what he saw vanished from his head. (Let’s say you go see Magic Mike tomorrow, then come home to find a parent murdered. However traumatized you are, do you consider it credible that you would be able to offer no description whatsoever of the movie? Not even “male strippers”?)
AND
- Somebody else killed The Kid’s father, for reasons completely unknown, but left behind no trace of his presence whatsoever.
AND
- The actual murderer coincidentally used the same knife that The Kid owns.
AND
- The Kid coincidentally happened to lose his knife within hours of his father being stabbed to death with an identical knife.
The last one alone convicts him, frankly. That’s a million-to-one shot, conservatively. In the movie, Fonda dramatically produces a duplicate switchblade that he’d bought in The Kid’s neighborhood (which, by the way, would get him disqualified if the judge learned about it, as jurors aren’t allowed to conduct their own private investigations during a trial), by way of demonstrating that it’s hardly unique. But come on. I don’t own a switchblade, but I do own a wallet, which I think I bought at Target or Ross or some similar chain—I’m sure there are thousands of other guys walking around with the same wallet. But the odds that one of those people will happen to kill my father are minute, to put it mildly. And the odds that I’ll also happen to lose my wallet the same day that a stranger leaves his own, identical wallet behind at the scene of my father’s murder (emptied of all identification, I guess, for this analogy to work; cut me some slack, you get the idea) are essentially zero. Coincidences that wild do happen—there’s a recorded case of two brothers who were killed a year apart on the same street, each at age 17, each while riding the same bike, each run over by the same cab driver, carrying the same passenger—but they don’t happen frequently enough for us to seriously consider them as exculpatory evidence. If something that insanely freakish implicates you, you’re just screwed, really.
And that’s just one improbability. In order to vote for acquittal, you would need to accept everything outlined above. Some of these coincidences are individually believable—it’s quite possible that both eyewitnesses honestly convinced themselves they saw The Kid, when they actually just saw a vague figure. But as Bugliosi notes of both Simpson and Oswald, in the real world, you cannot have that much damning evidence pointing at your guilt and still be innocent, unless all of it was deliberately manufactured. (The one place where Bugliosi is shaky is that he won’t concede that some of the evidence in the Simpson case may have been planted by cops who genuinely believed O.J. was guilty, but wanted to seal the deal.) As stirring as it is to watch Fonda upend his fellow jurors’ assumptions and prejudices, their instincts were sound. The Kid is almost certainly guilty. What a hell of a downbeat, realistic twist ending that would be, eh? Had the movie been made during the Watergate era, maybe that’s how it would have turned out.