(por Jorge Bernárdez y Diego Rottman) Quien lo hubiera dicho: la pacata sociedad argentina se ha vuelto quizás la más avanzada, liberal, permisiva y tolerante sociedad del mundo globalizado.
Lejanos quedaron los días de la vuelta a la democracia, cuando era motivo de indignación que Alejandro Romay pusiera al aire “Sexitante”, una suerte de revista porteña con mujeres casi tan desnudas como la actual conductora infantil Panam.
Comparémonos con el gran imperio americano: mientras en EE.UU. torquemadas vestidos de trajes caros censuran a los Stones y a los pechos de la hermana de Michael Jackson en el Superbowl, en nuestros canales la Salazar, la Pradón o la Jelinek exhiben para la familia argentina sus generosos cuerpos rebosantes de hormonas y cuentan cuántos centímetros les cerraron de los distintos orificios de sus cuerpos.
Los otrora homofóbicos habitantes de la ciudad de Buenos Aires han devenido en ciudadanos gay friendly, anfitriones de miles de homosexuales del primer mundo que vienen a recorrer San Telmo y a bailar tango. Esta ciudad, que allá por los sesenta les cortaba el pelo a los hippies, hoy lanza puñados de arroz sobre felices parejas de hombres que se dan piquitos tras la ceremonia de unión civil. “Secreto en la montaña”, que desató pasiones desenfrenadas en los Estados Unidos, aquí sólo fue vista como una película correcta pero bastante tibia.
Pero nuestra permisividad no se limita al sexo. El actual presidente de EE.UU. hizo de sus posturas morales, de su misa dominical, de su oposición al aborto y su condena a los homosexuales la clave para su triunfo electoral. Nuestro país, en el que el Estado sostuvo desde su Constitución la religión Católica Apostólica de rito romano, ya no es lo que era. En Argentina, la única candidata abiertamente católica no solo perdió, sino que su famoso crucifijo sufrió un proceso de encogimiento.
Así están las cosas: estamos más allá de todo. Superamos las barreras burguesas y miramos con nuevos ojos al mundo. Después de despreciar a los pobres de nuestra patria con apodos como cabecita negra, grasa, pardo y otros insultos del mismo calibre, ahora les damos un lugar para que coman en Puerto Madero.
Les decimos adiós a las marcas fashion y nos vestimos con el suéter de Evo Morales, la camisa de Chávez, la gorra del Che y el habano de Fidel.
Y si el resto del mundo todavía no alcanzó nuestro grado de conciencia, nos ponemos la bikini y nos paramos frente a los líderes del planeta a defender las límpidas aguas de nuestros ríos nacionales.