Las Malas Palabras son contradictorias. La misma palabra que te hiere, puede admirarte. Desearía ignorarte, pero no tiene más remedio que dedicarte toda su atención.
Las Malas Palabras son inesperadas. Aparecen cuando no las buscamos, pero también nos sorprenden con su previsibilidad.
Las Malas Palabras no son indiferentes. Son minoría y, desde su gueto, rehuyen de la burocracia para preservar su personalidad.
Las Malas Palabras no tienen etiqueta. No aceptan el protocolo de un juego que, antes de empezar, ya consiguió a los ganadores y ni siquiera invitó a la mesa a los perdedores.
Las Malas Palabras son universales. Todos sabemos cuando nos hablan.
Las Malas Palabras le hablan a una sola persona. Vos sabés cuando te hablan.
Las Malas Palabras no saben de tabúes. Inmersos en el hastío de lo permitido, nos obligamos a buscar las preguntas que responden las palabras que ya no se dicen para descubrir que, todavía, no somos libres.